1.5.08

REDBELT

Absorbente y apasionante relato

REDBELT. Estados Unidos, 2008. Un film escrito y dirigido por David Mamet

Es difícil encontrar muchas personas del talento de David Mamet. Como excelente dramaturgo, director de cine y guionista, ha logrado lo que muy pocos consiguieron: brindar originalidad, frescura e inteligencia a cada una de sus historias; la mayoría de las mismas tienen un denominador común resaltando los aspectos éticos y morales de la sociedad actual, y eso es lo que vuelve a reflejar en REDBELT que hoy se estrena en Canadá. Mamet vuelve a demostrar que su ingenio sigue intacto abordando un tema que tiene como telón de fondo el “jiu-jitsu”, un arte marcial que se originó en Japón y que se perfeccionó en Brasil. Ciertamente, la práctica de ese deporte - donde cuerpo a cuerpo el luchador trata de derrotar a su oponente utilizando particulares técnicas de sometimiento o inmovilización-, se habría prestado para un film más que se agrega a la lista de los “Rocky”; sin embargo, Mamet se aparta por completo de esa línea y menos aún intenta repetir los innumerables relatos asiáticos de artes marciales.
Lo que en cambio pretende, y ciertamente lo logra maravillosamente, es ilustrar cómo la naturaleza de una actividad deportiva puede ser envilecida a través del comercio que la explota al distorsionar su espíritu.
El guión del realizador se centra en una persona íntegra a toda prueba que convertido en instructor de jiu-jitsu, quiere transmitir a sus alumnos la filosofía del juego que consiste en desarrollar métodos de defensa efectiva para prevalecer en la vida y saber defenderse del imprevisto atacante, apelando a la inteligencia para combatir la fuerza bruta. Este personaje es Mike Terry (Chewtel Ejiofor) quien viviendo en Los Ángeles está al frente de una escuela destinada a la enseñanza del mencionado deporte; instruyendo a sus discípulos sigue estrictamente los preceptos del código samurai japonés en donde la “competición debilita al luchador”; de allí que a pesar de que este hombre y su esposa Sondra (Alice Braga) saben que la academia atraviesa por serias dificultades financieras, Mike se opone rotundamente a participar en torneos de lucha que ciertamente le brindarían el dinero necesario para la solución de sus problemas.
El relato, no exento de suspenso, es complejo y requiere atención especial para seguir de cerca su desarrollo; sin embargo, para no restar el interés del potencial espectador sólo diré que Mamet, un maestro de la escritura, ha logrado una historia cohesiva y absorbente exponiendo a una galería de casi veinte personajes, que forzarán a que Mike tenga que flexibilizar sus convicciones morales quebrando su código de conducta.
De acuerdo a las declaraciones del director, él pasó cinco años entrenándose en este deporte y es de allí que se impuso de todos los aspectos técnicos del mismo que están volcados en el film. Esa pasión sirvió también para ofrecerle una visión moral del juego y es por ello que en su relato, el espectador no sólo se adentra en la cultura del jiu-jitsu sino que además queda absorbido por la catadura inmoral de la mayoría de los personajes, involucrando a los promotores de lucha, inclementes usureros, y hasta despreciables representantes del mundo de Hollywood.
No puedo aún decidirme sobre si el cineasta supera al guionista, aunque el perfecto ensamble de ambos elementos hace irrelevante mi decisión; los brillantes diálogos y su magnífico texto se unen a una puesta de escena impecable que dejan un balance ampliamente convincente a través de un relato donde el arte de un deporte choca bruscamente con la explotación comercial que se hace del mismo.
Pocas palabras para expresar las bondades del reparto del film, integrado por algunos incondicionales del director como su esposa Rebecca Pidgeon, Joe Mantegna y Ricky Jay, más la presencia de eficientes intérpretes como Alice Braga, Emily Mortimer, David Paymer y Rodrigo Santoro, entre otros. Mención especial merece Chiwetel Ejiofor que ofrece una notable caracterización digna de un Oscar al introducirse en la piel del honesto y abnegado maestro que finalmente encuentra la senda para recuperar su honor.
Al terminar la proyección uno siente la satisfacción de haber presenciado un sólido film con profundas implicaciones morales que destilan un amargo sabor; sin duda, Mamet supo reflejar cínicamente su visión sobre el mundo actual que no es muy diferente a la que anticipara en 1934 Enrique Santos Discépolo cuando en la letra de su emblemático tango “Cambalache” expresó de “que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé, en el 506 y en el 2000 también”.



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