LOS PALMARES
El domingo pasado concluyó el Festival de Cannes cuya sección competitiva -sin duda la más importante-, ha sido más débil que en años anteriores. De todos modos, de sus 22 títulos presentados hay algunos de ellos que resultaron de apreciable valor artístico. A continuación una breve consideración de los filmes premiados.
Los miembros del jurado oficial presidido por el director italiano Nanni Moretti adjudicaron la Palma de Oro a Amour, coproducción de Francia, Alemania y Austria, de Michael Haneke. Es por segunda vez en tres años que su realizador logra que uno de sus filmes sea agraciado con el premio mayor, dado que en 2009 The White Ribbon obtuvo semejante distinción. Pocas veces el cine ha descripto con tanto realismo y delicadeza el amor prevaleciente entre dos octogenarios que según se presume se han amado durante toda una vida.
Magistralmente interpretado por Jean-Luis Tringtignant y Emmanuelle Riva, dos monstruos sagrados del cine francés, el espectador asiste a la última etapa de la vida de Georges y Anne; ambos son gente educada, profesores de música jubilados llevando una vida armoniosa y tranquila en la ciudad de París. La situación se altera cuando Anne comienza a sentirse abstraída y lejana, sufriendo posteriormente una apoplejía que la deja parcialmente paralizada; es allí que se pone a prueba el gran amor de este matrimonio cuando George se convierte en su protector, brindándole toda su devoción y el cuidado necesario. Haneke evita cualquier efecto melodramático, permitiendo que el espectador se compenetre plenamente en el ocaso de la vida de estas dos personas. A pesar de que casi toda la acción está confinada en el departamento donde habitan sus personajes centrales, este film de ninguna manera se torna claustrofóbico; por el contrario, a medida que transcurre el metraje uno admira la lucidez con que el realizador ha sabido reflejar el deterioro físico de Anne en una sensible y dolorosa historia de amor, mostrando como un marido abnegado hará todo lo posible para evitar que la humillación o pérdida de dignidad que sufre su mujer llegue trascender a terceros e incluso a su propia hija, en una breve pero lograda intervención de Isabelle Huppert. Este excelente film perdura en la memoria del espectador mucho después de finalizada su proyección
El Gran Premio del Jurado, segundo galardón en orden de importancia, correspondió al film italiano
Reality de Matteo Garrone quien hace 4 años obtuvo la misma distinción por
Gomorra. En un relato completamente diferente, el director expone el mundo del
reality show y la manera en que la televisión impregna la vida de personas corrientes que aspiran alcanzar la celebridad a través de discutibles programas televisivos. El relato toma como referencia a un joven padre de familia napolitano (Aniello Arena) que tiene una pescadería y que impulsado por sus hijos participa en el casting de
Gran Hermano, una popular emisión de la televisión italiana. A través de esa forma de entretenimiento, se contempla cómo el buen hombre, soñando en convertirse en una personalidad mediática, modifica por completo su forma de vida llegando incluso hasta vender su negocio para hacerse famoso; poco a poco, comienza a creer que se siente vigilado por los productores del programa, lo que lo conduce a un estado de delirio que finalmente lo transforma en un individuo patético, apartado por completo de la realidad. Si bien se asiste a una historia bien intencionada mostrando cómo el entretenimiento televisivo afecta profundamente la vida de su protagonista y la de su familia, el film es demasiado verborrágico y ruidoso sin que se defina si se quiere exponer un drama, ubicarse en la sátira o adoptar el tono de comedia dramática.
El Premio del Jurado lo logró
The Angels’ Share, film británico de Ken Loach donde el veterano realizador logra una comedia que sin llegar a niveles extraordinarios constituye un placentero relato con connotaciones sociales. El buen guión de Paul Laverty presenta a un joven (Paul Brannigan) de Glasgow quien es un reciente padre de familia con un pasado de delincuencia juvenil; teniendo que cumplir con 300 horas de trabajo comunitario para no tener que volver a la prisión, logra que su supervisor y trabajador social (John Henshaw) lo introduzca en forma inesperada al arte del procesamiento del whisky; Sin habérselo imaginado, el muchacho descubre poseer una habilidad especial como catador de dicha bebida y con la ayuda de tres de sus amigos, logrará una afortunada oportunidad para rehacer su vida. Con un jugoso diálogo y muy buenas actuaciones de su elenco, Loach brinda una cálida y realista comedia a la vez que un film fácilmente accesible para cualquier audiencia.
El premio al mejor director fue atribuido a Carlos Reygadas por la película mexicana Post Tenebras Lux. Dicha distinción fue motivo de controversias dado que al finalizar su primera exhibición de prensa la película fue objeto de un marcado abucheo por buena parte de los asistentes.
Con un tratamiento radical y provocativo, el discurso del relato comienza con una bella e inquietante toma surrealista donde Ruth (Rut Reygadas), una pequeña niña, deambula a través de un campo con perros a su alrededor; inmediatamente la escena se interrumpe con la presencia de un diablo paseando por los pasillos de una casa campestre que resulta ser donde vive Ruth con sus padres Juan y Nathalia (Adolfo Jiménez Castro, Nathalia Acevedo) y su hermanito mayor Eleazar (Eleazar Reygadas). Si hasta aquí uno puede imaginar que presenciará la historia de una familia de buena posición económica viviendo en una zona rural y teniendo como interlocutores a su personal de trabajo, las sucesivas escenas desmentirán tal idea; así una reunión de alcohólicos anónimos, un club de sauna donde se habla francés y en donde se practican intercambios sexuales, estudiantes ingleses jugando al rugby, una reunión familiar, etc. hacen que uno se sienta incapacitado de unir los hilos que mueven el relato, además de no saber hacia dónde se dirige. Sin duda “la luz, después de las tinieblas”, como su título lo sugiere, podrá únicamente ser explicado por el propio Reygadas. Dada su falta de cohesión narrativa, este film experimental y elíptico se destaca por sus hermosas imágenes impresionistas, pero eso no es suficiente para sostener el interés de la audiencia.
El premio al mejor guión correspondió a la película rumana Beyond the Hills del director Cristian Mungiu cuyo film precedente 4 Months, 3 Weeks and 2 Days logró la Palma de Oro en 2007. En un guión que le corresponde, el realizador enfoca una historia donde la fe religiosa se entremezcla con el amor humano. El relato enfoca a Alina (Cristina Flutur), una chica depresiva que habiendo estado en Alemania, regresa a Rumania para reencontrarse con Voichita (Cosmina Stratan), su antigua compañera de orfanato, quien está recluida como monja en un monasterio ortodoxo.
La vida austera del convento, ciertamente muy bien descripta, se ve alterada con la llegada de Alina quien desesperadamente trata de que su amiga deje la congregación religiosa, a pesar de que Voichita está muy aferrada a su vocación religiosa. Basado en un hecho real acontecido en Moldavia en 2005, el realizador expone una situación límite entre el amor y el libre arbitrio donde la sucesión de acontecimientos expuestos en el guión llegan a desencadenar una histeria colectiva con una tortura religiosa de trágico desenlace. Con una impecable puesta en escena Mungiu ha logrado un film intenso con dos interpretaciones estupendas de Cristina Flutur y Cosmina Stratan quienes merecidamente obtuvieron el premio a la mejor actuación femenina. De este modo este film es el único que ha obtenido dos galardones por parte del jurado oficial.
Ciertamente Mads Mikkelsen es merecedor del premio que le fue adjudicado por la mejor interpretación masculina en el film danés The Hunt de Thomas Vinterberg; con todo, este drama psicológico no satisface por su premisa inicial. El tema de la pedofilia es importante y ha sido tratado en más de una oportunidad pero aquí no reviste el tratamiento que corresponde simplemente porque el mismo no se manifiesta.
La trama se desarrolla en una pequeña comunidad donde Lucas (Mikkelsen) se desempeña como maestro de un jardín de infantes; de intachable reputación, mantiene una buena relación con los niños de su clase; sin embargo, todo se trastabilla cuando en un momento determinado Klara (Annika Wederkopp), una niñita que es hija de Theo (Thomas Bo Larsen), el mejor amigo de Lucas, hace creer a la directora del establecimiento (Susse Wold) que el maestro le exhibió su órgano viril. En lugar de tratar de reunir elementos que prueben la acusación infantil y partiendo del criterio de que “los niños nunca mienten”, la historia alcanza proporciones ridículas tratando de mostrar los mecanismos perversos del pueblo para castigar y hundir por completo a un hombre inocente sin que exista una evidencia concreta de su culpa, a pesar de que la pequeña niega posteriormente lo que en su momento manifestó. Lo que se aprecia es más una telenovela bien filmada sobre cacería de brujas antes que un film que ostente seriedad sobre un asunto tan grave como lo es la incitación sexual infantil. Mikkelsen provee calidez a la vez que un sentimiento de genuina devastación al rol que le toca caracterizar.
La Palma de Oro al mejor cortometraje correspondió a la película turca “
Sessiz-Be Deng del director L. Rezan Yesilbas.
En cuanto a los premios de la sección Un Certain Regard, el jurado presidido por el actor y director británico Tim Roth eligió al film mexicano
Después de Lucía como el mejor. Su tema gira en turno del acoso o intimidación escolar que recientemente fue considerado en el muy buen documental
Bully de Lee Hirsch. Aquí el realizador Michel Franco considera este delicado tema enfocando el caso de Alejandra (Tessa Ia) una adolescente de Puerto Vallarta que después de la muerte de su madre en un accidente automovilístico parte con su padre (Hernán Mendoza) a la capital de México para iniciar una nueva vida. Aunque al principio se encuentra cómoda en la nueva escuela donde asiste, al poco tiempo es hostigada por parte de sus compañeros de clase. El drama describe muy bien la soledad de Alejandra quien se siente inhibida de comunicar a su padre lo que le está sucediendo, debido al duelo que aún experimenta por la pérdida de su esposa; en consecuencia, al encontrarse desprotegida se convierte en fácil presa por parte de sus victimarios. La hostilidad alcanza su máxima gravedad en un viaje de excursión que los alumnos realizan a Veracruz. Aunque hay ciertos momentos donde el grado de credibilidad podría ser cuestionado, el relato repercute hondamente, en gran parte debido a la natural actuación de su elenco. Franco, quien ya estuvo en Cannes hace 3 años presentando su ópera prima “Daniel y Ana”, vuelve a reafirmar sus condiciones de buen realizador utilizando un marcado realismo que descansa más en el eficiente empleo de imágenes que en los diálogos.
El jurado también otorgó un premio especial al film
Le Grand Soir, coproducción de Francia y Bélgica de los realizadores Benoît Delépine y Gustave Kerven así como una mención especial a
The Children of Sarajevo de la directora bosnia Aida Begic.
Finalmente el premio de interpretación fue otorgado a dos actrices. Una de ellas es
Suzanne Clement por su participación en el film canadiense
Laurence Anywaysde Xavier Dolan y la otra artista es
Emilie Dequenne por
A perdre la raison, coproducción de Bélgica y Francia del director Joachim Lafosse. El film de Dolan es una obra ambiciosa sobre un joven profesor de literatura (Melvil
Poupaud) quien al experimentar que se siente mujer en un cuerpo de hombre resuelve asumir una identidad femenina frente al resto del mundo y especialmente hacia su novia (Clement). La vinculación entre ambos se mantendrá a través del tiempo en una atípica relación romántica en un relato donde su original contenido se asocia con un rico estilo visual; aunque a veces desmesurado, Dolan, de solo 23 años, concibió un film rico y ambicioso cuyo único problema radica en su longitud excesiva de casi dos horas y media. Por su parte,
A perdre la raison es una película altamente satisfactoria y a la vez perturbadora que ilustra el deterioro emocional de una madre (Dequenne) de cuatro hijos casada con un marido marroquí (Tahar Rahim) que a su vez está fuertemente influido por su padre adoptivo (Niels Arestrup); sin sensacionalismo alguno, el director ilustra como la vida de una pareja puede afectarse por la ausencia de la necesaria intimidad y que al tornarse asfixiante el clima de vida conyugal puede llegar a minar psicológicamente a una persona hasta llevarle a cometer actos irreparables.
IMPORTANTE PRESENCIA DEL CINE DE HABLA HISPANA
La mayoría de los filmes de América Latina logró un importante éxito en Cannes por parte de los críticos y en algunos casos varios de los filmes lograron ser premiados como han sido los filmes mexicanos
After Lucía y
Post Tenebras Lux previamente comentados. Otro ejemplo es
No, película chilena del cineasta Pablo Larrain quien completa la trilogía iniciada con
Tony Manero y Post Mortem sobre la forma en que la dictadura militar (1973-1990) dejó efectos devastadores en el pueblo chileno. En este caso, el magnífico guión de Pedro Peirano basado en la pieza
Referéndum de Antonio Skarmeta, se centra en el plebiscito que el gobierno militar estuvo obligado de llevar a cabo en 1988 por presiones internacionales para considerar la extensión de la presidencia de Pinochet por otros ochos años; es allí que los líderes de la oposición utilizan los servicios de un joven profesional de la publicidad (Gael García Bernal) para promocionar una eficiente campaña electoral con miras a que triunfe el “no” e impedir la continuación de la tiranía. Este film transmite máxima autenticidad recreando impecablemente las diferentes manifestaciones callejeras a favor y en contra que tuvieron lugar en Chile, empleando en parte un valioso material de archivo. Al propio tiempo, un excelente montaje y un calificado elenco encabezado por García Bernal, contribuyen a que
No constituya una sólida expresión del cine de Chile. Merecidamente, esta película obtuvo el premio al mejor film presentado en la Quincena de los Realizadores.
Otro film galardonado, esta vez con el gran premio de la Semana de la Crítica, ha sido
Aquí y Allá coproducido por México, España y Estados Unidos. Escrito y dirigido por el director español Antonio Méndez Esparza, el guión enfoca el tema de los mexicanos migrantes que deben desplazarse en forma intermitente a Estados Unidos para poder trabajar y obtener un salario que permita mantener a sus familias. Apartándose de la violencia de la que el cine mexicano ha venido enfatizando en los últimos tiempos, el realizador ilustra el efecto emocional que sufren los trabajadores que deben dejar a sus familias y las consecuencias que se producen cuando retornan a su tierra natal tratando de reubicarse nuevamente en la sociedad a la cual pertenecen.
El realizador argentino Alejandro Fadel también fue premiado en la Semana de la Crítica por su ópera prima Los Salvajes, consistente en una suma de 8000 euros otorgado por dos organismos de Francia, la Caja Central de Actividades Sociales (CCAS) y la Asociación del Cine Independiente para su Difusión (ACID). Mezclando varios géneros en forma satisfactoria, este thriller transmite una atmósfera distintiva y cautivante al retratar a cinco adolescentes huérfanos que escapan de un reformatorio y en su huída se adentran en una zona boscosa sin civilización alguna, donde prácticamente terminan fagocitados por el medio que los rodea. Con un buen desarrollo dramático caracterizado por la escasez de diálogos, el realizador contrasta las experiencias intensas de los proscriptos muchachos con la libertad y armonía existente de los lugares que les toca atravesar. De sorprendente belleza visual, gracias a la excelente fotografía de Julián Apezteguia captada en escenarios naturales de la provincia de Córdoba, y con un elenco integrado por actores sin formación previa, el film logra impactar favorablemente y así lo han reconocido los críticos franceses en sus respectivos medios de comunicación al elogiarlo sin reservas.
A través de su creciente participación de los últimos años en prestigiosos festivales internacionales, comenzando por el de Cannes, el cine de Colombia se hace conocer mundialmente con producciones de calidad. Este año se ha tenido oportunidad de juzgar dos filmes de considerable interés. Uno de ellos es
La Playa, ópera prima de Juan Andrés Arango como guionista y director que ha sido exhibido en Un Certain Regard; con un estilo que se asemeja mucho al documental, este drama realista enfoca a Tomás (Luis Carlos Guevara), un adolescente que deja su lugar natal de Buenaventura en la costa del Pacífico para vivir en Bogotá dentro de un entorno social donde imperan las drogas y la pobreza; a pesar del ambiente desfavorable, el muchacho superará los inconvenientes con que tropieza aprendiendo los elementos básicos para convertirse en un buen peluquero y encontrar de este modo una oportunidad decente de poder trabajar, ganarse el pan de cada día y a la vez poder ayudar a sus hermanos, uno drogadicto (Andrés Murillo) y el otro (James Solis) que acaba de salir de la cárcel. El otro film colombiano que fue presentado en la Quincena de los Realizadores es
La Sirga de William Vega, un relato poético y evocativo describiendo las vicisitudes que atraviesa una adolescente (muy buena interpretación de Joghis Seudin Arias) quien decide refugiarse de la violencia que ha provocado el asesinato de sus padres para ir a vivir con su solitario y ermitaño tío (Julio César Roble), dueño de un hostal decadente de madera ubicado en las orillas de un gran lago en una zona montañosa de la Cordillera de los Andes.
Honda emoción es la que transmite el film argentino Infancia Clandestina ópera prima de Benjamín Avila cuyo guión le pertenece junto a Marcelo Mueller. Parcialmente autobiográfico, el film dedicado a sus padres es un recuento de lo que quedó grabado en la memoria del realizador en su época de preadolescente a través de un relato de ficción muy bien contado. La acción tiene lugar en 1979 donde después de algunos años de exilio en Cuba, Juan (Teo Gutiérrez Moreno) de 12 años, sus padres Daniel (César Troncoso y Cristina (Natalia Oreiro) y su tío Beto (Ernesto Alterio), quienes pertenecen a una organización que lucha contra la junta militar gobernante, retornan al país como militantes políticos. Para no despertar sospechas de las actividades de los adultos, Juan debe asumir una falsa identidad, haciéndose llamar Ernesto.
Enfocado desde el punto de vista de Juan/Ernesto, el relato ilustra muy bien de qué modo repercute su nueva identidad en la escuela a la que asiste, así como el impacto emocional que experimenta con el primer amor que siente hacia una compañera de aula (Violeta Palukas) y su silencioso sufrimiento frente a los graves reveses que como guerrilla revolucionaria enfrentan sus familiares directos. Un honesto film que refleja, como su título indica, una infancia clandestina y sombría en los años de plomo de la dictadura argentina.
El director argentino Pablo Trapero ofrece en Elefante Blanco un triste relato que transcurre en una villa miseria y que de algún modo es una muestra de las condiciones miserables de vida de ciertos sectores de la sociedad argentina. El título del film se refiere a un gigantesco edificio nunca terminado, que debió haber sido el más grande centro hospitalario de América Latina cuando su construcción fue concebida en la década del 30; en la ficción, ese edificio está fusionado con una villa miseria imperante en las cercanías de una de las estaciones ferroviarias más importantes de Buenos Aires donde una considerable población la habita en condiciones muy por debajo de los niveles de pobreza y bajo toda forma de exclusión social. Es ahí donde confluyen el padre Julián (Ricardo Darín), otro sacerdote belga, Nicolás (Jérémie Renier) y una asistente social, Luciana (Martina Gusman) quienes con un grupo de voluntarios tratan de ayudar a sus pobladores, aunque la tarea resulta prácticamente imposible frente a las dificultades de toda naturaleza que surgen en ese barrio de emergencia. Trapero ha descripto en forma realista un submundo donde abunda el narcotráfico con la guerra dolorosa causada por sus responsables involucrando a inocentes víctimas, entre ellas niños y adolescentes, además de las requisas de la policía agregando más sangre y fuego al clima infernal prevaleciente. Con una puesta en escena impecable, aunque adoleciendo de un guión un tanto desigual que abarca más de lo que es posible, este film constituye un dramático documento social que confirma una vez más el compromiso social y la sensibilidad humanitaria de Trapero. Jorge Gutman