Comentarios de Jorge Gutman
REVANCHE. Austria, 2008. Un film escrito y dirigido por Götz Spielmann
Viena y la campiña austríaca son los dos escenarios principales en donde transcurre la acción de este buen thriller de Gotz Spielmann. La revancha del título está referida al sentimiento emocional que anima al personaje protagónico del relato.
La acción que comienza en los bajos fondos de la capital austríaca presenta a Alex (Johannes Krisch), un ex presidiario trabajando como asistente de un turbio personaje del hampa en un prostíbulo que tiene a su cargo. Cuando comienza a mantener una apasionada relación amorosa con Tamara (Irina Potapenko) una de las prostitutas explotadas por su patrón, ambos deciden abandonarlo. Para ello, Alex decide asaltar un banco a fin de disponer del dinero necesario para comenzar una nueva vida; a pesar de que él insiste en realizar sólo la operación, su compañera insiste en acompañarlo, aguardando en el coche mientras ejecuta el asalto. Aunque el robo se produce exitosamente, la acción de un policía local produce resultados inesperados cuando con el intento de evitar que Alex huyera, dispara a su coche con la intención de detenerlo pero la mala suerte quiere que el impacto de la bala mate a Tamara. En estado de absoluta desolación, Alex decide refugiarse en la casa de su abuelo (Hannes Thanheiser) quien vive en una granja cercana y está al cuidado de la joven señora (Ursula Strauss) del policía (Andreas Lust) que sin intención mató a Tamara. El film gira en torno a la forma en que estos diferentes personajes van interactuando sin saber hasta bien entrado el metraje, salvo los espectadores, de qué forma están vinculados.
Ciertamente se podrá refutar sobre las increíbles coincidencias que confluyen en la historia; sin embargo, y a pesar de cierta resistencia a la credibilidad, el relato funciona porque los personajes están muy bien caracterizados y Spielman logra una apropiada atmósfera de suspenso similar a las del buen de cine negro.
Con meticulosidad, el director permite esbozar un buen retrato de culpa, venganza y redención que permite mantener constante interés sobre el devenir de los acontecimientos hasta llegar a un persuasivo desenlace. En resumen, un thriller psicológico que, sin llegar a ser espectacular, logra satisfacer las expectativas que va creando por estar muy bien estructurado y por las convincentes actuaciones de su elenco.
Viena y la campiña austríaca son los dos escenarios principales en donde transcurre la acción de este buen thriller de Gotz Spielmann. La revancha del título está referida al sentimiento emocional que anima al personaje protagónico del relato.
La acción que comienza en los bajos fondos de la capital austríaca presenta a Alex (Johannes Krisch), un ex presidiario trabajando como asistente de un turbio personaje del hampa en un prostíbulo que tiene a su cargo. Cuando comienza a mantener una apasionada relación amorosa con Tamara (Irina Potapenko) una de las prostitutas explotadas por su patrón, ambos deciden abandonarlo. Para ello, Alex decide asaltar un banco a fin de disponer del dinero necesario para comenzar una nueva vida; a pesar de que él insiste en realizar sólo la operación, su compañera insiste en acompañarlo, aguardando en el coche mientras ejecuta el asalto. Aunque el robo se produce exitosamente, la acción de un policía local produce resultados inesperados cuando con el intento de evitar que Alex huyera, dispara a su coche con la intención de detenerlo pero la mala suerte quiere que el impacto de la bala mate a Tamara. En estado de absoluta desolación, Alex decide refugiarse en la casa de su abuelo (Hannes Thanheiser) quien vive en una granja cercana y está al cuidado de la joven señora (Ursula Strauss) del policía (Andreas Lust) que sin intención mató a Tamara. El film gira en torno a la forma en que estos diferentes personajes van interactuando sin saber hasta bien entrado el metraje, salvo los espectadores, de qué forma están vinculados.
Ciertamente se podrá refutar sobre las increíbles coincidencias que confluyen en la historia; sin embargo, y a pesar de cierta resistencia a la credibilidad, el relato funciona porque los personajes están muy bien caracterizados y Spielman logra una apropiada atmósfera de suspenso similar a las del buen de cine negro.
Con meticulosidad, el director permite esbozar un buen retrato de culpa, venganza y redención que permite mantener constante interés sobre el devenir de los acontecimientos hasta llegar a un persuasivo desenlace. En resumen, un thriller psicológico que, sin llegar a ser espectacular, logra satisfacer las expectativas que va creando por estar muy bien estructurado y por las convincentes actuaciones de su elenco.
PPP
DEAR JOHN. Estados Unidos, 2010. Un film de Lasse Hallström
Del veterano realizador Lasse Hallström llega un drama romántico que se aparta de los convencionalismos del género. Como en sus mejores filmes, Hallstrom brinda aquí un sólido timbre emocional en lo que relata, evitando caer en el artificioso sentimentalismo de muchos melodramas.
Aunque a primera vista el film podría parecerse a otra nueva historia de amor entre gente joven, la novela de Nicholas Sparks en la cual se basa, está enriquecida por una inteligente adaptación de Jamie Linden que convierte a Dear John en un film honesto, completamente sincero y atractivo en su contenido.
La acción se ubica en 2001. John Tyree (Channing Tatum) es un introvertido soldado de veintitantos años que retorna a su hogar de Charleston, Carolina del Sur, para visitar a su padre (Richard Jenkis) durante un par de semanas que dispone antes de retornar al ejército. En la playa traba relación con Savannah Curtis (Amanda Seyfried), una dulce y animada chica quien se encuentra allí de vacaciones. La atracción es inmediata dando lugar a un apasionado vínculo sentimental. Cuando la hora de la separación se produce, la comunicación entre John y Savannah es a través del correo epistolar donde ambos vuelcan en palabras la intensidad de sus sentimientos. Tiempo después, un breve respiro de 72 horas permite a John reunirse con su amada expresando el júbilo del reencuentro. Cuando nuevamente vuelven a estar separados, las cartas siguen siendo la única forma de comunicarse hasta llegar el momento en que impedimentos de fuerza mayor conspiran en la continuidad de esa relación.
Lo que distingue a este film de otros es que aunque el romance entre los jóvenes sea el foco central de su relato, hay elementos adicionales que le otorgan un interés superior. En primer lugar, se encuentra el particular vínculo que une a John con su padre que sufre un autismo no explicitado y que ha influido en la formación del carácter y personalidad del muchacho. Por el lado de Savannah, se encuentra la relación que mantiene con Tim (Henry Thomas) - un amigo de su familia- y su pequeño hijo también autista (Braeden Reed) por quien la muchacha siente un profundo afecto; además de agregar un tinte cálido al relato, esto constituye un factor clave que gravitará en la evolución de los acontecimientos.
El director ha logrado una ajustada puesta escénica y un cuidado minucioso para retratar a sus personajes donde lo que ellos expresan con sus diálogos resulta tan importante como el silencio que en ciertos momentos mantienen sobre lo que está ocurriendo. A nivel interpretativo es grato comprobar la capacidad expresiva de Tatum tanto en los sentimientos que su personaje experimenta hacia la chica que quiere como en el cariño hacia su padre; a pesar de tratarse de un muchacho taciturno con una coraza exterior masculina más apropiada para la guerra que para el amor, evidencia notable ternura interior. También Seyfried merece elogios como la vivaz y sensible joven que manteniendo una sufrida relación a la distancia se ve obligada a adoptar difíciles decisiones que definirán su futuro. No menos importante es la participación de Jenkins, un gran actor que convence plenamente con la personalidad extraña y poco comunicativa de su personaje solitario que encuentra solaz en su pasión por la numismática.
Más allá de cierta lentitud en sus tramos finales, la película satisface plenamente con su jovial romanticismo, en gran parte debido a la química existente entre Tatum y Seyfried y por la autenticidad de sus respectivos personajes.
DEAR JOHN. Estados Unidos, 2010. Un film de Lasse Hallström
Del veterano realizador Lasse Hallström llega un drama romántico que se aparta de los convencionalismos del género. Como en sus mejores filmes, Hallstrom brinda aquí un sólido timbre emocional en lo que relata, evitando caer en el artificioso sentimentalismo de muchos melodramas.
Aunque a primera vista el film podría parecerse a otra nueva historia de amor entre gente joven, la novela de Nicholas Sparks en la cual se basa, está enriquecida por una inteligente adaptación de Jamie Linden que convierte a Dear John en un film honesto, completamente sincero y atractivo en su contenido.
La acción se ubica en 2001. John Tyree (Channing Tatum) es un introvertido soldado de veintitantos años que retorna a su hogar de Charleston, Carolina del Sur, para visitar a su padre (Richard Jenkis) durante un par de semanas que dispone antes de retornar al ejército. En la playa traba relación con Savannah Curtis (Amanda Seyfried), una dulce y animada chica quien se encuentra allí de vacaciones. La atracción es inmediata dando lugar a un apasionado vínculo sentimental. Cuando la hora de la separación se produce, la comunicación entre John y Savannah es a través del correo epistolar donde ambos vuelcan en palabras la intensidad de sus sentimientos. Tiempo después, un breve respiro de 72 horas permite a John reunirse con su amada expresando el júbilo del reencuentro. Cuando nuevamente vuelven a estar separados, las cartas siguen siendo la única forma de comunicarse hasta llegar el momento en que impedimentos de fuerza mayor conspiran en la continuidad de esa relación.
Lo que distingue a este film de otros es que aunque el romance entre los jóvenes sea el foco central de su relato, hay elementos adicionales que le otorgan un interés superior. En primer lugar, se encuentra el particular vínculo que une a John con su padre que sufre un autismo no explicitado y que ha influido en la formación del carácter y personalidad del muchacho. Por el lado de Savannah, se encuentra la relación que mantiene con Tim (Henry Thomas) - un amigo de su familia- y su pequeño hijo también autista (Braeden Reed) por quien la muchacha siente un profundo afecto; además de agregar un tinte cálido al relato, esto constituye un factor clave que gravitará en la evolución de los acontecimientos.
El director ha logrado una ajustada puesta escénica y un cuidado minucioso para retratar a sus personajes donde lo que ellos expresan con sus diálogos resulta tan importante como el silencio que en ciertos momentos mantienen sobre lo que está ocurriendo. A nivel interpretativo es grato comprobar la capacidad expresiva de Tatum tanto en los sentimientos que su personaje experimenta hacia la chica que quiere como en el cariño hacia su padre; a pesar de tratarse de un muchacho taciturno con una coraza exterior masculina más apropiada para la guerra que para el amor, evidencia notable ternura interior. También Seyfried merece elogios como la vivaz y sensible joven que manteniendo una sufrida relación a la distancia se ve obligada a adoptar difíciles decisiones que definirán su futuro. No menos importante es la participación de Jenkins, un gran actor que convence plenamente con la personalidad extraña y poco comunicativa de su personaje solitario que encuentra solaz en su pasión por la numismática.
Más allá de cierta lentitud en sus tramos finales, la película satisface plenamente con su jovial romanticismo, en gran parte debido a la química existente entre Tatum y Seyfried y por la autenticidad de sus respectivos personajes.
PPP
THE LAST STATION. Estados Unidos, 2009. Un film de Michael Hoffman
El célebre novelista ruso León Tolstoy fue uno de los más importantes autores de su época a tal punto que hoy día algunas de sus más importantes obras, como “La Guerra y la Paz” y “Anna Karenina”, siguen siendo clásicos de la literatura universal. Como novelista, impregnó a sus obras con ideas y pensamientos de profundos valores morales y sociales que de algún modo trascienden en THE LAST STATION.
De linaje aristocrático y viviendo con el máximo confort que su condición le permitía, Tolstoy no dejó de ser sensible a la pobreza y privaciones de la gente humilde de su país; a medida que pasaron los años y ya en el crepúsculo de su vida se sintió cada vez más angustiado por la disparidad existente entre su riqueza material y sus convicciones personales de carácter moral. De allí que la esencia del film radica en la decisión que adopta Tolstoy (Christopher Plummer) en el crepúsculo de su existencia con respecto al legado de sus bienes y la oposición de su esposa (Helen Mirren), la condesa Sofía con quien compartió 39 años de vida conyugal.
La trama tiene lugar en 1910, en el último año de vida del escritor (Christopher Plummer), quien se encuentra en su gran mansión rodeado, entre otros, por su devota mujer, su hija menor Sasha (Anne-Marie Duff) que siente más simpatía hacia él que a su madre, su joven e intelectual secretario Valentín Bulgakov (James McAvoy) que lo admira por su filosofía pacifista y por su ambicioso discípulo Vladimir Chertkov (Paul Giamatti) quien lo induce a que done los derechos de autor de sus novelas al pueblo ruso en lugar de su familia.
Tal como está narrada, la película plantea implícitamente algunos interrogantes sobre el comportamiento humano. Sofya es descripta como la leal mujer que ha acompañado a su marido durante toda su existencia, además de haber sido una eficiente colaboradora en la edición de los borradores de sus novelas antes de ser publicadas. Como legítima cónyuge y madre de sus 13 hijos, es completamente natural que experimente frustración y desilusión cuando su marido no le permite leer su testamento, al intuir que ella no será la beneficiaria. De allí que uno se extrañe un poco que las consideraciones sociales del escritor graviten más que el bienestar de su propia familia después de su muerte. El otro aspecto curioso es que resulta difícil de concebir que una persona que no es de la familia como Chertkov pudiera tener la increíble fuerza de influir en el comportamiento del escritor al privarle a su esposa de una herencia que legítimamente le correspondía. En suma, viendo el film uno comprueba que en este caso la realidad supera a la ficción y es necesario aceptarla tal como ha ocurrido.
Si bien la querella del matrimonio por el legado de los bienes del autor constituye la esencia del relato, paralelamente hay otra historia que tiene lugar en el romance de Valentin con la joven Masha (Kerry Condon) quien es una libre pensadora e incondicional partidaria de las ideas de Tolstoy. De alguna forma, el relato central tendrá vinculación con la relación futura de la pareja.
El director Michael Hoffman, a quien también le cupo elaborar el guión basado en la novela de Jay Parini, ha logrado un film dinámico y altamente entretenido que permite seguir una historia dramática pero no exenta de humor. Abordando temas de carácter universal como el amor conyugal, la lealtad, la intriga y el poder, permite que el público presencie un film atemporal a pesar de haber transcurrido un siglo atrás.
Gran parte de los valores de esta película se deben a sus extraordinarias interpretaciones. A pesar de que todo el elenco se desempeña inobjetablemente, es necesario destacar el duelo actoral entre Mirren y Plummer; tanto la brillante artista británica como el notable actor canadiense proyectan una vívida realidad en la encarnación que realizan de Tolstoy y su esposa reflejando sus altibajos al pasar de momentos de tierno amor hasta situaciones de latente violencia. Eso culmina en el emotivo desenlace del film, donde Sofya está al lado de su marido en sus últimos minutos de vida.
A no dudarlo, su humana historia emanada de un gran guión con diálogos agudos más la fogosidad volcada por sus renombrados intérpretes contribuyen a que esta película merezca mi incondicional recomendación.
El célebre novelista ruso León Tolstoy fue uno de los más importantes autores de su época a tal punto que hoy día algunas de sus más importantes obras, como “La Guerra y la Paz” y “Anna Karenina”, siguen siendo clásicos de la literatura universal. Como novelista, impregnó a sus obras con ideas y pensamientos de profundos valores morales y sociales que de algún modo trascienden en THE LAST STATION.
De linaje aristocrático y viviendo con el máximo confort que su condición le permitía, Tolstoy no dejó de ser sensible a la pobreza y privaciones de la gente humilde de su país; a medida que pasaron los años y ya en el crepúsculo de su vida se sintió cada vez más angustiado por la disparidad existente entre su riqueza material y sus convicciones personales de carácter moral. De allí que la esencia del film radica en la decisión que adopta Tolstoy (Christopher Plummer) en el crepúsculo de su existencia con respecto al legado de sus bienes y la oposición de su esposa (Helen Mirren), la condesa Sofía con quien compartió 39 años de vida conyugal.
La trama tiene lugar en 1910, en el último año de vida del escritor (Christopher Plummer), quien se encuentra en su gran mansión rodeado, entre otros, por su devota mujer, su hija menor Sasha (Anne-Marie Duff) que siente más simpatía hacia él que a su madre, su joven e intelectual secretario Valentín Bulgakov (James McAvoy) que lo admira por su filosofía pacifista y por su ambicioso discípulo Vladimir Chertkov (Paul Giamatti) quien lo induce a que done los derechos de autor de sus novelas al pueblo ruso en lugar de su familia.
Tal como está narrada, la película plantea implícitamente algunos interrogantes sobre el comportamiento humano. Sofya es descripta como la leal mujer que ha acompañado a su marido durante toda su existencia, además de haber sido una eficiente colaboradora en la edición de los borradores de sus novelas antes de ser publicadas. Como legítima cónyuge y madre de sus 13 hijos, es completamente natural que experimente frustración y desilusión cuando su marido no le permite leer su testamento, al intuir que ella no será la beneficiaria. De allí que uno se extrañe un poco que las consideraciones sociales del escritor graviten más que el bienestar de su propia familia después de su muerte. El otro aspecto curioso es que resulta difícil de concebir que una persona que no es de la familia como Chertkov pudiera tener la increíble fuerza de influir en el comportamiento del escritor al privarle a su esposa de una herencia que legítimamente le correspondía. En suma, viendo el film uno comprueba que en este caso la realidad supera a la ficción y es necesario aceptarla tal como ha ocurrido.
Si bien la querella del matrimonio por el legado de los bienes del autor constituye la esencia del relato, paralelamente hay otra historia que tiene lugar en el romance de Valentin con la joven Masha (Kerry Condon) quien es una libre pensadora e incondicional partidaria de las ideas de Tolstoy. De alguna forma, el relato central tendrá vinculación con la relación futura de la pareja.
El director Michael Hoffman, a quien también le cupo elaborar el guión basado en la novela de Jay Parini, ha logrado un film dinámico y altamente entretenido que permite seguir una historia dramática pero no exenta de humor. Abordando temas de carácter universal como el amor conyugal, la lealtad, la intriga y el poder, permite que el público presencie un film atemporal a pesar de haber transcurrido un siglo atrás.
Gran parte de los valores de esta película se deben a sus extraordinarias interpretaciones. A pesar de que todo el elenco se desempeña inobjetablemente, es necesario destacar el duelo actoral entre Mirren y Plummer; tanto la brillante artista británica como el notable actor canadiense proyectan una vívida realidad en la encarnación que realizan de Tolstoy y su esposa reflejando sus altibajos al pasar de momentos de tierno amor hasta situaciones de latente violencia. Eso culmina en el emotivo desenlace del film, donde Sofya está al lado de su marido en sus últimos minutos de vida.
A no dudarlo, su humana historia emanada de un gran guión con diálogos agudos más la fogosidad volcada por sus renombrados intérpretes contribuyen a que esta película merezca mi incondicional recomendación.
PPPP
THE WHITE RIBBON. Alemania-Austria, 2009. Un film escrito y dirigido por Michael Haneke
Este film que obtuvo la máxima distinción en el último festival de Cannes confirma a Michael Haneke como el eximio expositor de la violencia inherente a la naturaleza humana. A través de un relato ambientado en los años previos a la Primera Guerra Mundial, el director concibe a una pequeña comunidad rural ubicada al norte de Alemania para describir sutilmente los males que la aquejan.
Con una impecable fotografía en blanco y negro de Christian Berger, la absorbente trama va cobrando forma y adquiriendo solidez a medida que se desarrolla. Como si se tratara de un cuento de hadas, que obviamente no lo es, un hombre de edad madura (la voz de Ernst Jacobi) va relatando lo que aconteció en Eichwald, un pequeño pueblo agrícola de Alemania, cuando en su juventud se desempeñó como maestro (Christian Friedel) local; en esa aldea, donde la mayor parte de sus habitantes trabajaban para el Baron (Ulrich Tukur), una serie de extraños acontecimientos se fueron sucediendo, como las heridas que recibió el médico (Rainer Bock) del lugar tras haber caído de su caballo por haber tropezado con un sospechoso cable, la muerte dudosa de una campesina, el secuestro y la violencia física sufrida por un niño, más otros sucesos inexplicables.
¿Quiénes son los culpables de lo acontecido? Haneke no clarifica ni ofrece pistas concretas sobre la autoría de los hechos. La atmósfera de misterio es simplemente el pretexto para ir ilustrando la vida corriente de los habitantes; así, a través de la ceguera religiosa de un pastor protestante (Burghart Klaussner) con su cuestionable sentido de la autoridad y disciplina, el trato inhumano que reciben los chicos, la presencia de mujeres oprimidas y humilladas y, en general, la represión de los sentimientos que afecta a la gente, se va revelando que la aparente tranquilidad aldeana distorsiona la realidad imperante en medio de un clima de latente violencia.
Con la excepción del relator, parecería que nadie queda libre de culpa dentro de esa atmósfera rarificada que emerge de la narrativa de Haneke. Aunque los niños porten una cinta blanca como símbolo de la pureza, al igual que los adultos, ellos también tienen ocasión de mostrar una demoníaca perversidad como consecuencia del autoritarismo paternal y de una educación recibida en base a valores absolutos y dogmáticos.
Con la sola excepción del cálido cortejo del maestro hacia una joven muchacha (Leonie Benesch) que trabaja para el Barón, el film no otorga margen a los sentimientos o la emoción. Se trata de un documento rigurosamente intelectual, que en función de su ubicación histórica, podría constituir una explicación de los gérmenes que contaminaron a la sociedad alemana, contribuyendo a que años después surgiera el nazismo con sus nefastas consecuencias; sin embargo, THE WHITE RIBBON podría ubicarse en cualquier época porque Haneke está convencido de que la violencia es un problema atemporal que afecta a la humanidad en su conjunto, sobre todo con los terrorismos políticos, religiosos o ideológicos que hoy día prevalecen en diferentes lugares de nuestro planeta.
Aunque la óptica del autor pueda ser debatible y más allá de su connotación provocativa sobre los males de nuestra sociedad, el film cuenta con un depurado estilo, está impecablemente realizado, expuesto lúcidamente y al propio tiempo remueve impíamente la conciencia del espectador.
PPPP
CREATION. Gran Bretaña, 2009. Un film de Jon Amiel
La figura de Charles Darwin que en 1859 impresionó al mundo con la publicación de “El Origen de las Especies” ya fue tratada anteriormente en el cine, a pesar de que ninguno de los filmes trascendió mayormente. De allí que aunque había grandes expectativas con CREATION para saber más sobre su vida como investigador, las mismas no alcanzan a ser satisfechas ya que el corazón del relato está centrado en acontecimientos que podrían haberse tratado a través de una historia con personajes ficticios.
El film no es precisamente una biografía sino que refleja aspectos íntimos de Darwin algunos años antes de la aparición de su famoso tratado, sin que las investigaciones científicas adquieran gran relevancia en el contexto del relato. Basado en el libro “Annie Box” que fue escrito por uno de los descendientes de Darwin, el guión de John Collée ubica la acción a mediados del siglo 19, poco tiempo después de la muerte de Annie Darwin (Martha West), la bien amada hija de 9 años de Charles Darwin (Paul Bettany) y de su esposa Emma (Jennifer Connelly), que dejó a la familia en completo desasosiego. A través de flashbacks se puede apreciar lo que la niña significaba para el matrimonio dado que su precocidad, inteligencia y el interés demostrado por las actividades de su padre, la convertían en la hija predilecta.
Esa gran tragedia influye en la frágil salud del científico y además es el incentivo para que comience a poner en duda los preceptos de la religión y la pérdida de su fe. Mientras que a Darwin le cuesta reponerse del golpe, Emma por el contrario cree que a pesar del dolor, los hijos restantes deben seguir siendo objeto de la atención, el cuidado y amor de sus padres. Simultáneamente a estos hechos, Darwin se ve acosado por sus dos amigos científicos, Thomas Huxley (Toby Jones) y Joseph Hooker (Benedict Cumberbatch), para que finalice lo que sería el libro que años después suscitaría apasionantes debates.
El film fundamentalmente se circunscribe a relatar los esfuerzos del brillante hombre de ciencias en superar la gran pena y el modo en que gradualmente se va alejando de sus hijos y de su mujer, lo que crea una grieta en la pareja que se va intensificando por la extrema religiosidad de Emma. A todo ello debe agregarse cierto cargo de conciencia que ambos tienen debido a que la enfermedad de Anna pudo haber sido contraída porque Charles y Emma se casaron siendo primos de primer grado.
Por lo que antecede queda claro que quienes acudan a presenciar un debate entre la teoría de la evolución y la de la creación quedarán un poco desencantados, puesto que el único enfrentamiento entre la ciencia y la fe emana del que surge entre Charles y Emma.
Como director, Amiel apela a un estilo visual no carente de interés, adoptando una estructura no lineal, con rupturas de tono que mueven la acción entre el presente y el pasado con excesivos flashbacks. La interpretación de Bettany es muy buena al igual que la de Connelly; sin embargo, y a pesar de que en la vida real son marido y mujer, en el film no existe mucha química entre ambos y ese hecho se refleja en la relación marital que aparece un tanto apagada.
En esencia, el film aunque de naturaleza ambiciosa, es un melodrama familiar cuyo interés queda relativizado por su carácter estático y porque el relato no irradia la emoción suficiente que debería desprenderse de un tema donde el duelo y el sentimiento de culpa constituyen sus dos ingredientes principales.
Este film que obtuvo la máxima distinción en el último festival de Cannes confirma a Michael Haneke como el eximio expositor de la violencia inherente a la naturaleza humana. A través de un relato ambientado en los años previos a la Primera Guerra Mundial, el director concibe a una pequeña comunidad rural ubicada al norte de Alemania para describir sutilmente los males que la aquejan.
Con una impecable fotografía en blanco y negro de Christian Berger, la absorbente trama va cobrando forma y adquiriendo solidez a medida que se desarrolla. Como si se tratara de un cuento de hadas, que obviamente no lo es, un hombre de edad madura (la voz de Ernst Jacobi) va relatando lo que aconteció en Eichwald, un pequeño pueblo agrícola de Alemania, cuando en su juventud se desempeñó como maestro (Christian Friedel) local; en esa aldea, donde la mayor parte de sus habitantes trabajaban para el Baron (Ulrich Tukur), una serie de extraños acontecimientos se fueron sucediendo, como las heridas que recibió el médico (Rainer Bock) del lugar tras haber caído de su caballo por haber tropezado con un sospechoso cable, la muerte dudosa de una campesina, el secuestro y la violencia física sufrida por un niño, más otros sucesos inexplicables.
¿Quiénes son los culpables de lo acontecido? Haneke no clarifica ni ofrece pistas concretas sobre la autoría de los hechos. La atmósfera de misterio es simplemente el pretexto para ir ilustrando la vida corriente de los habitantes; así, a través de la ceguera religiosa de un pastor protestante (Burghart Klaussner) con su cuestionable sentido de la autoridad y disciplina, el trato inhumano que reciben los chicos, la presencia de mujeres oprimidas y humilladas y, en general, la represión de los sentimientos que afecta a la gente, se va revelando que la aparente tranquilidad aldeana distorsiona la realidad imperante en medio de un clima de latente violencia.
Con la excepción del relator, parecería que nadie queda libre de culpa dentro de esa atmósfera rarificada que emerge de la narrativa de Haneke. Aunque los niños porten una cinta blanca como símbolo de la pureza, al igual que los adultos, ellos también tienen ocasión de mostrar una demoníaca perversidad como consecuencia del autoritarismo paternal y de una educación recibida en base a valores absolutos y dogmáticos.
Con la sola excepción del cálido cortejo del maestro hacia una joven muchacha (Leonie Benesch) que trabaja para el Barón, el film no otorga margen a los sentimientos o la emoción. Se trata de un documento rigurosamente intelectual, que en función de su ubicación histórica, podría constituir una explicación de los gérmenes que contaminaron a la sociedad alemana, contribuyendo a que años después surgiera el nazismo con sus nefastas consecuencias; sin embargo, THE WHITE RIBBON podría ubicarse en cualquier época porque Haneke está convencido de que la violencia es un problema atemporal que afecta a la humanidad en su conjunto, sobre todo con los terrorismos políticos, religiosos o ideológicos que hoy día prevalecen en diferentes lugares de nuestro planeta.
Aunque la óptica del autor pueda ser debatible y más allá de su connotación provocativa sobre los males de nuestra sociedad, el film cuenta con un depurado estilo, está impecablemente realizado, expuesto lúcidamente y al propio tiempo remueve impíamente la conciencia del espectador.
PPPP
CREATION. Gran Bretaña, 2009. Un film de Jon Amiel
La figura de Charles Darwin que en 1859 impresionó al mundo con la publicación de “El Origen de las Especies” ya fue tratada anteriormente en el cine, a pesar de que ninguno de los filmes trascendió mayormente. De allí que aunque había grandes expectativas con CREATION para saber más sobre su vida como investigador, las mismas no alcanzan a ser satisfechas ya que el corazón del relato está centrado en acontecimientos que podrían haberse tratado a través de una historia con personajes ficticios.
El film no es precisamente una biografía sino que refleja aspectos íntimos de Darwin algunos años antes de la aparición de su famoso tratado, sin que las investigaciones científicas adquieran gran relevancia en el contexto del relato. Basado en el libro “Annie Box” que fue escrito por uno de los descendientes de Darwin, el guión de John Collée ubica la acción a mediados del siglo 19, poco tiempo después de la muerte de Annie Darwin (Martha West), la bien amada hija de 9 años de Charles Darwin (Paul Bettany) y de su esposa Emma (Jennifer Connelly), que dejó a la familia en completo desasosiego. A través de flashbacks se puede apreciar lo que la niña significaba para el matrimonio dado que su precocidad, inteligencia y el interés demostrado por las actividades de su padre, la convertían en la hija predilecta.
Esa gran tragedia influye en la frágil salud del científico y además es el incentivo para que comience a poner en duda los preceptos de la religión y la pérdida de su fe. Mientras que a Darwin le cuesta reponerse del golpe, Emma por el contrario cree que a pesar del dolor, los hijos restantes deben seguir siendo objeto de la atención, el cuidado y amor de sus padres. Simultáneamente a estos hechos, Darwin se ve acosado por sus dos amigos científicos, Thomas Huxley (Toby Jones) y Joseph Hooker (Benedict Cumberbatch), para que finalice lo que sería el libro que años después suscitaría apasionantes debates.
El film fundamentalmente se circunscribe a relatar los esfuerzos del brillante hombre de ciencias en superar la gran pena y el modo en que gradualmente se va alejando de sus hijos y de su mujer, lo que crea una grieta en la pareja que se va intensificando por la extrema religiosidad de Emma. A todo ello debe agregarse cierto cargo de conciencia que ambos tienen debido a que la enfermedad de Anna pudo haber sido contraída porque Charles y Emma se casaron siendo primos de primer grado.
Por lo que antecede queda claro que quienes acudan a presenciar un debate entre la teoría de la evolución y la de la creación quedarán un poco desencantados, puesto que el único enfrentamiento entre la ciencia y la fe emana del que surge entre Charles y Emma.
Como director, Amiel apela a un estilo visual no carente de interés, adoptando una estructura no lineal, con rupturas de tono que mueven la acción entre el presente y el pasado con excesivos flashbacks. La interpretación de Bettany es muy buena al igual que la de Connelly; sin embargo, y a pesar de que en la vida real son marido y mujer, en el film no existe mucha química entre ambos y ese hecho se refleja en la relación marital que aparece un tanto apagada.
En esencia, el film aunque de naturaleza ambiciosa, es un melodrama familiar cuyo interés queda relativizado por su carácter estático y porque el relato no irradia la emoción suficiente que debería desprenderse de un tema donde el duelo y el sentimiento de culpa constituyen sus dos ingredientes principales.
PP
CRAZY HEART. Estados Unidos, 2009. Un film de escrito y dirigido por Scott Cooper
Aunque Jeff Bridges sea uno de los actores de más bajo perfil del cine americano, cada una de las películas en que participa suscita reconocimiento y elogios. Nuevamente, en su última película CRAZY HEART, resulta admirable apreciar la intensidad y naturalidad que despliega en la caracterización de un cantante de música country procurando su redención personal.
El realizador Scott Cooper trabajando con un guión que le pertenece presenta a Bad Blake (Bridges), un crooner próximo a los 60 años con un porvenir bastante incierto. Un tanto desaliñado, corpulento y caminando con paso pesado, se vale de una pick up desvencijada para trasladarse de pueblo en pueblo en el sudoeste de Estados Unidos para cantar en bares y clubes música folclórica americana. Aunque alguna vez llegó a tener importancia como autor de la letra de las canciones que interpretaba, sus años de gloria se han desvanecido aunque hay una férrea voluntad de su parte para tratar de revivir el éxito de antaño; sin embargo tiene un gran enemigo que lo lleva consigo: su fuerte adicción a la bebida va destruyéndolo lentamente. Cuando llega a conocer a Jean (Maggie Gyllenhaal) una periodista de un pequeño diario en Santa Fe y madre de Buddy (Jack Nation) de 4 años, cree encontrar la posibilidad de redimirse a través de la relación genuinamente romántica que se establece entre ellos. Por primera vez en mucho tiempo tiene la oportunidad de compartir momentos de íntima ternura con una mujer independiente y con los pies bien firmes sobre la tierra; además, el tiempo que pasa con Buddy sirve para recordarle su papel de padre irresponsable al haber tenido un hijo que dejó cuando hizo abandono de su hogar bastante tiempo atrás. Aunque todo estaría dispuesto para que este Bad inicie una vida de hogar estable, sin dejar su vocación natural, el vicio del alcohol impedirá que sus buenos deseos puedan concretarse.
Como guionista Cooper no ofrece una historia diferente a tantas ya vistas en el cine; más aún, las características de este alcohólico y su caída en desgracia no se diferencia mucho de la del personaje boxeador de “The Wrestler” interpretado por Mike Rourke; con todo, en su carácter de realizador brinda un toque personal a través de buenos diálogos y por haber logrado un muy buen elenco; además de la remarcable interpretación de Bridges que permite disimular la familiaridad del tema y que constituye la principal razón para disfrutar del film, es justo destacar la persuasiva participación de Gyllenhaal, Colin Farrell como el nuevo talento musical que considera a Bad su mentor y la buena intervención especial de Robert Duvall animando a un amigo del cantante.
Finalmente, otra de las atracciones de este buen film son sus números musicales del film con canciones originales de T-Bone Burnett y del recientemente desaparecido Stephen Bruton.
CRAZY HEART. Estados Unidos, 2009. Un film de escrito y dirigido por Scott Cooper
Aunque Jeff Bridges sea uno de los actores de más bajo perfil del cine americano, cada una de las películas en que participa suscita reconocimiento y elogios. Nuevamente, en su última película CRAZY HEART, resulta admirable apreciar la intensidad y naturalidad que despliega en la caracterización de un cantante de música country procurando su redención personal.
El realizador Scott Cooper trabajando con un guión que le pertenece presenta a Bad Blake (Bridges), un crooner próximo a los 60 años con un porvenir bastante incierto. Un tanto desaliñado, corpulento y caminando con paso pesado, se vale de una pick up desvencijada para trasladarse de pueblo en pueblo en el sudoeste de Estados Unidos para cantar en bares y clubes música folclórica americana. Aunque alguna vez llegó a tener importancia como autor de la letra de las canciones que interpretaba, sus años de gloria se han desvanecido aunque hay una férrea voluntad de su parte para tratar de revivir el éxito de antaño; sin embargo tiene un gran enemigo que lo lleva consigo: su fuerte adicción a la bebida va destruyéndolo lentamente. Cuando llega a conocer a Jean (Maggie Gyllenhaal) una periodista de un pequeño diario en Santa Fe y madre de Buddy (Jack Nation) de 4 años, cree encontrar la posibilidad de redimirse a través de la relación genuinamente romántica que se establece entre ellos. Por primera vez en mucho tiempo tiene la oportunidad de compartir momentos de íntima ternura con una mujer independiente y con los pies bien firmes sobre la tierra; además, el tiempo que pasa con Buddy sirve para recordarle su papel de padre irresponsable al haber tenido un hijo que dejó cuando hizo abandono de su hogar bastante tiempo atrás. Aunque todo estaría dispuesto para que este Bad inicie una vida de hogar estable, sin dejar su vocación natural, el vicio del alcohol impedirá que sus buenos deseos puedan concretarse.
Como guionista Cooper no ofrece una historia diferente a tantas ya vistas en el cine; más aún, las características de este alcohólico y su caída en desgracia no se diferencia mucho de la del personaje boxeador de “The Wrestler” interpretado por Mike Rourke; con todo, en su carácter de realizador brinda un toque personal a través de buenos diálogos y por haber logrado un muy buen elenco; además de la remarcable interpretación de Bridges que permite disimular la familiaridad del tema y que constituye la principal razón para disfrutar del film, es justo destacar la persuasiva participación de Gyllenhaal, Colin Farrell como el nuevo talento musical que considera a Bad su mentor y la buena intervención especial de Robert Duvall animando a un amigo del cantante.
Finalmente, otra de las atracciones de este buen film son sus números musicales del film con canciones originales de T-Bone Burnett y del recientemente desaparecido Stephen Bruton.
PPP
EXTRAORDINARY MEASURES. Estados Unidos, 2009. Un film de Tom Vaughan
Basado en un hecho real y con algunos de los nombres de sus personajes mantenidos tal como son, esta película del director escocés Tom Vaughan sorprende por su tema, la considerable información suministrada al espectador corriente y además por la sobriedad de su tratamiento.
La película se centra en las vivencias reales de John (Brendan Fraser) y Aileen Crowley (Kery Russell), un matrimonio con tres hijos donde dos de ellos –Megan (Meredith Droeger) y Patrick (Diego Velazquez)- padecen una rarísima dolencia conocida como “la enfermedad de Pompe”. Se trata de una seria anomalía muscular degenerativa que generalmente afecta a niños y adultos y cuya forma infantil se evidencia en los primeros meses del bebé. Las maléficas consecuencias se traducen en una serie de trastornos neuromusculares y en serias dificultades respiratorias con complicaciones cardíacas; para peor, la esperanza de vida para los afectados es muy limitada, sobre todo si se trata de niños.
En el guión de Robert Nelson Jacobs basado en el libro de Geeta Anand “The Cure”, la edad de Megan y de Patric es de 9 y 7 años respectivamente aunque en la vida real la niña tenía 15 meses y su hermanito cinco meses. Más allá de ese cambio menor, lo importante es que al comenzar el film se aprecia a ambos niños viviendo con respiradores a cuesta y en sillas de rueda; con todo, existe un cuadro apacible de una familia feliz. Esa visión es de corto alcance porque bien pronto Megan sufre una recaída y su ciclo de vida parecería estar concluyendo. De allí la desesperación de los padres para encontrar un medio de salvar a sus hijos; hasta ese momento la rareza de la enfermedad había hecho que el bajo número de enfermos no podía cubrir los altos costos insumidos para realizar experimentos conducentes a la elaboración de medicamentos para combatir el mal.
En ese instante de angustia emocional John entra en contacto con el Dr. Robert Stonehill (Harrison Ford), un investigador poco convencional, que se ha interesado en realizar diversos trabajos teóricos sobre este mal. Debido a los escasos recursos con que Stonehill dispone para avanzar sobre el tema, John se compromete a recaudar fondos que puedan sufragar el costo de la investigación. Sin pensarlo dos veces, John deja un empleo ejecutivo muy bien remunerado para tratar de recaudar fondos, se asocia con Stonehill para constituir una empresa de biotecnología con la intención ulterior de venderla a una gran corporación farmacéutica; para ello es necesario que Stonehill cuente con una droga que en forma efectiva pueda combatir la enfermedad y que además permita ofrecer un adecuado rendimiento de la inversión.
Rara vez se ha contemplado en cine un drama médico como el expuesto en este film; además de su contenido original, lo que se expone resulta absolutamente creíble por la calidad interpretativa de sus dos protagonistas. Fraser, en el mejor papel de su carrera, deja de lado personajes más convencionales de filmes anteriores para animar a un padre dispuesto a todo para que sus hijos puedan seguir viviendo. Por su parte, Ford adentrándose en la piel de Stonehill, no escatima esfuerzos para transmitir la personalidad un tanto excéntrica de un científico empapado en la investigación y formulación de teorías pero que sin embargo está alejado del verdadero drama de quienes dependen urgentemente de una droga milagrosa.
En roles de apoyo, debe destacarse la naturalidad de los niños Droeger y Velazquez infundiendo ternura a los inocentes enfermos que deben resignarse a tener que vivir con gran dificultad.
Nelson Jacobs ha logrado un guión lo suficientemente conciso para que en dos horas se pudieran condensar los acontecimientos relatados; además permite que uno se adentre en los vericuetos del mundo de la medicina, los intereses de la industria farmacéutica e indirectamente comprender parte de los aspectos vinculados con el seguro de salud propiciado por el presidente Obama.
Por cierto, esta película no responde al cine de gran espectáculo y esplendor visual que hoy día atrae a la mayor parte de los espectadores que concurren a sus salas; de todos modos, aunque en las antípodas, Vaughan logró una película de gran emotividad que es a la vez un documento sobrecogedor y de gran inspiración al demostrar cómo la iniciativa individual, la perseverancia y la extraordinaria magnitud del amor paternal han permitido lograr significativos progresos científicos para controlar los efectos de una enfermedad que hasta el caso Crowley no había tenido tratamiento ni cura.
Basado en un hecho real y con algunos de los nombres de sus personajes mantenidos tal como son, esta película del director escocés Tom Vaughan sorprende por su tema, la considerable información suministrada al espectador corriente y además por la sobriedad de su tratamiento.
La película se centra en las vivencias reales de John (Brendan Fraser) y Aileen Crowley (Kery Russell), un matrimonio con tres hijos donde dos de ellos –Megan (Meredith Droeger) y Patrick (Diego Velazquez)- padecen una rarísima dolencia conocida como “la enfermedad de Pompe”. Se trata de una seria anomalía muscular degenerativa que generalmente afecta a niños y adultos y cuya forma infantil se evidencia en los primeros meses del bebé. Las maléficas consecuencias se traducen en una serie de trastornos neuromusculares y en serias dificultades respiratorias con complicaciones cardíacas; para peor, la esperanza de vida para los afectados es muy limitada, sobre todo si se trata de niños.
En el guión de Robert Nelson Jacobs basado en el libro de Geeta Anand “The Cure”, la edad de Megan y de Patric es de 9 y 7 años respectivamente aunque en la vida real la niña tenía 15 meses y su hermanito cinco meses. Más allá de ese cambio menor, lo importante es que al comenzar el film se aprecia a ambos niños viviendo con respiradores a cuesta y en sillas de rueda; con todo, existe un cuadro apacible de una familia feliz. Esa visión es de corto alcance porque bien pronto Megan sufre una recaída y su ciclo de vida parecería estar concluyendo. De allí la desesperación de los padres para encontrar un medio de salvar a sus hijos; hasta ese momento la rareza de la enfermedad había hecho que el bajo número de enfermos no podía cubrir los altos costos insumidos para realizar experimentos conducentes a la elaboración de medicamentos para combatir el mal.
En ese instante de angustia emocional John entra en contacto con el Dr. Robert Stonehill (Harrison Ford), un investigador poco convencional, que se ha interesado en realizar diversos trabajos teóricos sobre este mal. Debido a los escasos recursos con que Stonehill dispone para avanzar sobre el tema, John se compromete a recaudar fondos que puedan sufragar el costo de la investigación. Sin pensarlo dos veces, John deja un empleo ejecutivo muy bien remunerado para tratar de recaudar fondos, se asocia con Stonehill para constituir una empresa de biotecnología con la intención ulterior de venderla a una gran corporación farmacéutica; para ello es necesario que Stonehill cuente con una droga que en forma efectiva pueda combatir la enfermedad y que además permita ofrecer un adecuado rendimiento de la inversión.
Rara vez se ha contemplado en cine un drama médico como el expuesto en este film; además de su contenido original, lo que se expone resulta absolutamente creíble por la calidad interpretativa de sus dos protagonistas. Fraser, en el mejor papel de su carrera, deja de lado personajes más convencionales de filmes anteriores para animar a un padre dispuesto a todo para que sus hijos puedan seguir viviendo. Por su parte, Ford adentrándose en la piel de Stonehill, no escatima esfuerzos para transmitir la personalidad un tanto excéntrica de un científico empapado en la investigación y formulación de teorías pero que sin embargo está alejado del verdadero drama de quienes dependen urgentemente de una droga milagrosa.
En roles de apoyo, debe destacarse la naturalidad de los niños Droeger y Velazquez infundiendo ternura a los inocentes enfermos que deben resignarse a tener que vivir con gran dificultad.
Nelson Jacobs ha logrado un guión lo suficientemente conciso para que en dos horas se pudieran condensar los acontecimientos relatados; además permite que uno se adentre en los vericuetos del mundo de la medicina, los intereses de la industria farmacéutica e indirectamente comprender parte de los aspectos vinculados con el seguro de salud propiciado por el presidente Obama.
Por cierto, esta película no responde al cine de gran espectáculo y esplendor visual que hoy día atrae a la mayor parte de los espectadores que concurren a sus salas; de todos modos, aunque en las antípodas, Vaughan logró una película de gran emotividad que es a la vez un documento sobrecogedor y de gran inspiración al demostrar cómo la iniciativa individual, la perseverancia y la extraordinaria magnitud del amor paternal han permitido lograr significativos progresos científicos para controlar los efectos de una enfermedad que hasta el caso Crowley no había tenido tratamiento ni cura.
PPP
LEAP YEAR. Estados Unidos, 2009. Un film de Anand Tucker
La primera comedia romántica del año no es muy promisoria. LEAP YEAR es un producto comercial anodino que solamente podrá satisfacer el gusto de los espectadores menos exigentes. Tanto Amy Adams como Matthew Goode, sus dos protagonistas, son artistas que han demostrado poseer buenas cualidades artísticas y aunque su presencia resulte agradable eso no alcanza a compensar la precariedad del relato.
Adams es Anna, una bonita joven de Boston que trabaja como decoradora inmobiliaria y que por 4 años está saliendo con Jeremy (Adam Scott), un respetable cardiólogo. Aunque ambos demuestran quererse, él aún no le ha propuesto matrimonio y eso motiva a que Anna se sienta frustrada. Cuando el médico parte para una conferencia de su especialidad en Irlanda, horas después la joven decide seguirlo a fin de reencontrarlo en Berlín el 29 de febrero. Sucede que según una leyenda folclórica irlandesa, ése es el día del año bisiesto en el que una chica puede proponer a su pareja; de allí que Anna quiera aprovechar la ocasión para preguntarle a Jeremy si quiere ser su marido. Como a causa de una gran tormenta el avión que la conduce a Dublín no puede aterrizar en esa ciudad, ella se ve forzada a desembarcar en un aeropuerto de un pequeño pueblo de Gales; allí, la muchacha le pide a Declan (Goode), el dueño de la única posada y taberna del lugar, para que la traslade en su coche a la capital irlandesa a cambio de 500 euros. El malhumorado tabernero acepta la oferta y a partir de ese momento el relato se transforma en una desganada aventura de un camino para dos.
La ingenuidad del guión permite que cualquiera pueda adelantar lo que vendrá y que una hora antes de terminar la proyección se sepa su desenlace. A pesar del choque de personalidades entre Anna y su conductor, a medida que los obstáculos presentados en el camino obligan a prolongar el viaje más de la cuenta, esa demora permitirá a que ambos terminen aceptándose tal cual son y para que obviamente se sientan atraídos románticamente.
La historia no es floja por ser predecible sino por la falta de preocupación en definir con más inteligencia a sus personajes. Por un lado, Anna es descripta como una chica refinada y muy enamorada de su cardiólogo, pero de repente siente que alguien hosco, cínico y sin prestancia física y emocional como Declan atraiga su atención. Para peor, Jeremy no es definido como un hombre desconsiderado o arrogante sino que por el contrario se destaca como una persona agradable, de buena presencia y muy contento de convivir con Anna. Aunque se trate de una mera ficción, es necesario crear las mínimas condiciones para que el espectador se identifique con sus personajes, cosa que aquí no ocurre. A las objeciones anteriores habrá que agregar la ausencia de humor y de cierta pasión o emoción que son requisitos básicos para una comedia romántica. A su favor, el accidentado recorrido de Anna y Declan ofrece cierto colorido cultural y permite apreciar agradables escenarios rurales de Irlanda.
Con un material poco atractivo, es poco lo que sus actores pueden hacer para defenderlo y tampoco hay nada para destacar en la rutinaria realización de Anand Tucker. Aunque el film no llegue a ser malo, ciertamente desilusiona.
LEAP YEAR. Estados Unidos, 2009. Un film de Anand Tucker
La primera comedia romántica del año no es muy promisoria. LEAP YEAR es un producto comercial anodino que solamente podrá satisfacer el gusto de los espectadores menos exigentes. Tanto Amy Adams como Matthew Goode, sus dos protagonistas, son artistas que han demostrado poseer buenas cualidades artísticas y aunque su presencia resulte agradable eso no alcanza a compensar la precariedad del relato.
Adams es Anna, una bonita joven de Boston que trabaja como decoradora inmobiliaria y que por 4 años está saliendo con Jeremy (Adam Scott), un respetable cardiólogo. Aunque ambos demuestran quererse, él aún no le ha propuesto matrimonio y eso motiva a que Anna se sienta frustrada. Cuando el médico parte para una conferencia de su especialidad en Irlanda, horas después la joven decide seguirlo a fin de reencontrarlo en Berlín el 29 de febrero. Sucede que según una leyenda folclórica irlandesa, ése es el día del año bisiesto en el que una chica puede proponer a su pareja; de allí que Anna quiera aprovechar la ocasión para preguntarle a Jeremy si quiere ser su marido. Como a causa de una gran tormenta el avión que la conduce a Dublín no puede aterrizar en esa ciudad, ella se ve forzada a desembarcar en un aeropuerto de un pequeño pueblo de Gales; allí, la muchacha le pide a Declan (Goode), el dueño de la única posada y taberna del lugar, para que la traslade en su coche a la capital irlandesa a cambio de 500 euros. El malhumorado tabernero acepta la oferta y a partir de ese momento el relato se transforma en una desganada aventura de un camino para dos.
La ingenuidad del guión permite que cualquiera pueda adelantar lo que vendrá y que una hora antes de terminar la proyección se sepa su desenlace. A pesar del choque de personalidades entre Anna y su conductor, a medida que los obstáculos presentados en el camino obligan a prolongar el viaje más de la cuenta, esa demora permitirá a que ambos terminen aceptándose tal cual son y para que obviamente se sientan atraídos románticamente.
La historia no es floja por ser predecible sino por la falta de preocupación en definir con más inteligencia a sus personajes. Por un lado, Anna es descripta como una chica refinada y muy enamorada de su cardiólogo, pero de repente siente que alguien hosco, cínico y sin prestancia física y emocional como Declan atraiga su atención. Para peor, Jeremy no es definido como un hombre desconsiderado o arrogante sino que por el contrario se destaca como una persona agradable, de buena presencia y muy contento de convivir con Anna. Aunque se trate de una mera ficción, es necesario crear las mínimas condiciones para que el espectador se identifique con sus personajes, cosa que aquí no ocurre. A las objeciones anteriores habrá que agregar la ausencia de humor y de cierta pasión o emoción que son requisitos básicos para una comedia romántica. A su favor, el accidentado recorrido de Anna y Declan ofrece cierto colorido cultural y permite apreciar agradables escenarios rurales de Irlanda.
Con un material poco atractivo, es poco lo que sus actores pueden hacer para defenderlo y tampoco hay nada para destacar en la rutinaria realización de Anand Tucker. Aunque el film no llegue a ser malo, ciertamente desilusiona.
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