19.1.08

I’M NOT THERE. Estados Unidos, 2007. Un film de Todd Haynes


Bob Dylan es considerado como una de las figuras emblemáticas de la música popular de los Estados Unidos. Creador prolífico, intérprete de un estilo personal e inconfundible, este canta autor además ha sido dotado de una capacidad poética única que lo ha convertido en una de las figuras más respetadas de su país. ¿Cómo abarcar en un film la compleja y contradictoria personalidad de este individuo? El realizador Todd Haynes decidió hacerlo acudiendo a un método eminentemente experimental, imaginando varios Dylans diferentes. De allí que deja de lado la biografía tradicional, y recurre a 6 actores para ilustrar las distintas facetas de este artista a lo largo de diferentes períodos de su vida y entremezclando la realidad con la ficción. Lo que queda por ver es hasta dónde su propósito ha sido logrado.

El film es una compilación de historias desarrolladas en su mayor parte durante los años 60 y 70, probablemente el período más relevante en la vida del compositor. En cada relato hay un Dylan con nombre diferente, aunque todos son sus alter egos. El primero de ellos es Woody (Marcus Carl Franklin), un niño negro en constante huída que siente fascinación por la música de Woody Guthrie; otra faceta es brindada por Jack Rollins (Christian Bale), un artista que canta y es autor de la letra de sus temas vinculados con música de protesta; también está Robbie (Heath Ledger), un mujeriego cuya vida personal queda reflejada en sus canciones de amor; el Dylan más curioso resulta ser Jude (Cate Blanchet), un joven andrógino y gran figura del rock; el quinto Dylan es Billy (Richard Gere), un actor que aparece en una película del oeste; el sexto personaje es Arthur (Ben Whishaw), un hombre que siente un gran interés por el poeta Arthur Rimbaud y que ejercerá gran influencia en su composición musical; finalmente, Bale vuelve a interpretar al Dylan que se convierte en pastor evangélico.

El problema fundamental del film es la conexión existente entre estos personajes que no son presentados en forma cronológica y que cuando reaparecen, al no quedar bien claro en la memoria del espectador, crean confusión al no saberse cuál es el Dylan que se está presenciando. Haynes recurre a un mecanismo de presentación original, pero quien no esté familiarizado con el artista corre el riesgo de asistir a un espectáculo sin saber lo qué está pasando. No hay duda que el estilo visual del film es original, pero la forma no debe prevalecer sobre la esencia de un relato que trata de homenajearlo. Se puede admitir que no se esté frente a una biografía rigurosa, pero al menos es lógico esperar que lo que Haynes expone –ya sea verdad o fantasía- permita que uno se forme una idea sobre la vida del músico; eso es precisamente lo que no se percibe en este relato deshilvanado cuyas anécdotas solamente podrán ser apreciadas por los seguidores del músico.

Todos los artistas cumplen acertadamente con sus roles, aunque por razones del personaje especial que le toca encarar Blanchett es quien más se destaca en la composición que realiza del autor; es de interés la entrevista concedida a un periodista británico (Bruce Greenwood), que de algún modo refleja la particular relación del artista con los medios de comunicación.
La banda sonora del film es uno de sus mayores logros e indudablemente seducirá a los incondicionales de Dylan. Sin embargo, y más allá del respeto que merece Haynes como director, el resultado dista de satisfacer porque no llega a exponer con claridad la vida pública y/privada del compositor. En suma, Dylan sigue siendo un misterio.

Jorge Gutman (J.G.)

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