Comentario de Sergio Martínez
El tema de este documental
recientemente estrenado en Montreal debería despertar algunas viejas rencillas
y reabrir la discusión sobre un caso que muchos preferirían mantener cerrado. Lo
más probable, sin embargo, es que no sea así: Onze jours en février se exhibe
sólo en un par de salas en Montreal.
Claude Jutra (1930-1986)
fue, hasta 2016, una de las figuras más veneradas en el medio cultural de la
provincia de Quebec. Como muchos intelectuales de ese tiempo él también era un
ferviente separatista, al punto de haber rechazado la Orden de Canadá, que le
había conferido el gobierno federal. Considerado uno de los padres del cine
quebequense moderno, Jutra se hizo conocido primero por su película À tout
prendre (1963) y especialmente Mon oncle Antoine (1971). Hacia los años 80
Jutra empezó a sucumbir al Alzheimer y en 1986 se suicidó lanzándose al río San
Lorenzo desde el Puente Jacques Cartier. Sin embargo, treinta años más tarde
caería en desgracia y pasaría a ser prácticamente un desaparecido de la
historia moderna de la provincia.
En este film dirigido por
Jean-Claude Coulbois se examinan los once días en febrero de 2016 entre el
momento que se lanza una biografía del cineasta escrita por el periodista Yves
Lever (1942-2020) en que se menciona que Jutra habría abusado sexualmente de
varios niños, hasta el momento en que, luego de la controversia desencadenada,
el gobierno provincial, las instituciones del cine en Quebec y hasta las
autoridades municipales, literalmente borran de la memoria colectiva la
presencia del cineasta.
De figura clave en la cultura de Quebec, Jutra pasó a ser innombrable |
En estricto sentido hay
que admitir que en general el film da una mirada muy crítica al proceso por el
cual Jutra pasó de ser personalidad clave de la cultura e identidad
quebequenses a villano innombrable. Jutra era conocido como homosexual pero
nunca había habido alguna indicación de que incurriera en actos de pederastia. Además,
las revelaciones del libro de Lever más bien apuntaban a rumores ya que las
personas aludidas permanecían en el anonimato.
Monumento que homenajeaba a Jutra |
Precisamente es esa
rapidez con que se actuó la que la película remarca: la entonces Ministra de
Cultura Helene David, aparece dando instrucciones para que se remueva el nombre
del cineasta de los premios que anualmente concedía Québec Cinéma , iguales
órdenes se dan a los municipios para que cambien el nombre de calles o parques
que honraban a Jutra, la entonces Ministra federal de Patrimonio Canadiense
Mélanie Joly se mueve con igual celeridad.
Esto es remarcado especialmente en las entrevistas con el abogado
Jean-Claude Hébert, el cineasta Denys Arcand y el productor Rock Demers.
El cineasta Denys Arcand también se extraña de la celeridad del proceso |
Es este el punto central
del film, que no intenta rehabilitar al cineasta o reabrir un caso que por lo
demás nunca se ventiló en los tribunales. En este sentido, Onze jours en
février debe hacernos reflexionar sobre los alcances que puede tener una
acusación tan seria como la pederastia.
Es indudable que el
movimiento #MeToo surgido precisamente en el medio cinematográfico para
denunciar abusos sexuales cometidos por poderosos hombres en Hollywood ha
contribuido a denunciar y —esperamos— a desalentar y penalizar ese tipo de
conductas que se dan en muchas otras esferas de la vida pública. Sin embargo, y
ese es un importante llamado de alerta que este film hace, en una democracia
debe siempre haber el debido proceso, y antes de condenar y especialmente,
antes de borrar la obra artística de una persona, tener claro que su trabajo no
debe sufrir las consecuencias por las acciones reprobables en que pudo haber
incurrido su creador en su vida privada.
UNA COMPLEJA SITUACIÓN
¿PERO SE PUEDE BORRAR A LAS PERSONAS Y SU OBRA?
El tema de los abusos
sexuales especialmente en el medio artístico-cultural, aunque también en la
política y en el mundo de los negocios, ha estado en los titulares desde hace
ya algún tiempo. El movimiento #MeToo contribuyó de manera importante a revelar
estos abusos, de eso no hay duda y por cierto es bueno que así haya sido. Pero
atención, ello no debe significar pasar por alto que también hay otras
dimensiones a considerar. En Montreal se dio el caso de Charles Dutoit,
controvertido director de la Orquesta Sinfónica de Montreal (OSM) quien, por un
lado, hizo una notable contribución al desarrollo de ese conjunto musical.
Dutoit, sin embargo, también fue acusado de abusos sexuales y ahora cuando en
la radio se escucha algún tema musical grabado por la OSM cuando él conducía,
su nombre se omite.
Woody Allen, celebrado
director cuyo aporte al arte cinematográfico no puede ser negado también fue
blanco de acusaciones que sin embargo fueron descartadas por los tribunales y
por la agencia de protección de menores. Entonces esas instancias legales determinaron que su ex esposa,
Mia Farrow, había influido a los niños para que hicieran esas acusaciones. A pesar de eso, los filmes de Allen y él mismo
han sido objeto de actos de rechazo y más de alguna vez sus exhibiciones
canceladas.
El tenor español Plácido Domingo,
por su parte, ha sido acusado de acoso sexual por parte de algunas de las
cantantes con las que ha actuado a través de su larga carrera. En 2019 cuando
esas acusaciones salieron a la luz pública él se vio obligado a renunciar a su
cargo como director artístico de la Ópera de Los Ángeles. Al año siguiente
emitió unas disculpas públicas por haber hecho que algunas de sus colegas se
hubieran sentido incómodas, sin embargo, reiteró que no había hecho nada que
causara daño. El tenor ya no es bienvenido ni figura más en Estados Unidos,
pero en España es aun considerado uno de sus artistas icónicos.
El problema es que
mientras el abuso sexual debidamente comprobado o reconocido ante instancias
judiciales debe indudablemente afectar la reputación personal del artista que
incurre en tal conducta, por otro lado, ello no debería afectar el acceso y el
estudio de su obra, ni tampoco borrar su aporte a la disciplina
artística en que se hubiera destac
ado.
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