7.4.24

CINE EN LA PLAZA — “ONZE JOURS EN FÉVRIER”: El hombre, su obra y sus acciones

Comentario de Sergio Martínez

El tema de este documental recientemente estrenado en Montreal debería despertar algunas viejas rencillas y reabrir la discusión sobre un caso que muchos preferirían mantener cerrado. Lo más probable, sin embargo, es que no sea así: Onze jours en février se exhibe sólo en un par de salas en Montreal.

Claude Jutra (1930-1986) fue, hasta 2016, una de las figuras más veneradas en el medio cultural de la provincia de Quebec. Como muchos intelectuales de ese tiempo él también era un ferviente separatista, al punto de haber rechazado la Orden de Canadá, que le había conferido el gobierno federal. Considerado uno de los padres del cine quebequense moderno, Jutra se hizo conocido primero por su película À tout prendre (1963) y especialmente Mon oncle Antoine (1971). Hacia los años 80 Jutra empezó a sucumbir al Alzheimer y en 1986 se suicidó lanzándose al río San Lorenzo desde el Puente Jacques Cartier. Sin embargo, treinta años más tarde caería en desgracia y pasaría a ser prácticamente un desaparecido de la historia moderna de la provincia.

En este film dirigido por Jean-Claude Coulbois se examinan los once días en febrero de 2016 entre el momento que se lanza una biografía del cineasta escrita por el periodista Yves Lever (1942-2020) en que se menciona que Jutra habría abusado sexualmente de varios niños, hasta el momento en que, luego de la controversia desencadenada, el gobierno provincial, las instituciones del cine en Quebec y hasta las autoridades municipales, literalmente borran de la memoria colectiva la presencia del cineasta.

De figura clave en la cultura de
Quebec, Jutra pasó a ser innombrable
Coulbois en su film hace una detallada presentación de los hechos, empezando por situar el impacto de Jutra en el cine quebequense a una audiencia que probablemente nunca ha oído hablar de Jutra, como no sea en un contexto negativo, para luego reconstituir en base a material de archivo y varias entrevistas con gente que conoció el caso, lo que fue ese proceso de persecución y condena, efectuado en un tiempo récord.

En estricto sentido hay que admitir que en general el film da una mirada muy crítica al proceso por el cual Jutra pasó de ser personalidad clave de la cultura e identidad quebequenses a villano innombrable. Jutra era conocido como homosexual pero nunca había habido alguna indicación de que incurriera en actos de pederastia. Además, las revelaciones del libro de Lever más bien apuntaban a rumores ya que las personas aludidas permanecían en el anonimato.

Monumento que homenajeaba a Jutra


Precisamente es esa rapidez con que se actuó la que la película remarca: la entonces Ministra de Cultura Helene David, aparece dando instrucciones para que se remueva el nombre del cineasta de los premios que anualmente concedía Québec Cinéma , iguales órdenes se dan a los municipios para que cambien el nombre de calles o parques que honraban a Jutra, la entonces Ministra federal de Patrimonio Canadiense Mélanie Joly se mueve con igual celeridad.  Esto es remarcado especialmente en las entrevistas con el abogado Jean-Claude Hébert, el cineasta Denys Arcand y el productor Rock Demers.

El cineasta Denys Arcand
también se extraña de la celeridad del proceso


Es este el punto central del film, que no intenta rehabilitar al cineasta o reabrir un caso que por lo demás nunca se ventiló en los tribunales. En este sentido, Onze jours en février debe hacernos reflexionar sobre los alcances que puede tener una acusación tan seria como la pederastia. 

Es indudable que el movimiento #MeToo surgido precisamente en el medio cinematográfico para denunciar abusos sexuales cometidos por poderosos hombres en Hollywood ha contribuido a denunciar y —esperamos— a desalentar y penalizar ese tipo de conductas que se dan en muchas otras esferas de la vida pública. Sin embargo, y ese es un importante llamado de alerta que este film hace, en una democracia debe siempre haber el debido proceso, y antes de condenar y especialmente, antes de borrar la obra artística de una persona, tener claro que su trabajo no debe sufrir las consecuencias por las acciones reprobables en que pudo haber incurrido su creador en su vida privada.

UNA COMPLEJA SITUACIÓN ¿PERO SE PUEDE BORRAR A LAS PERSONAS Y SU OBRA?

El tema de los abusos sexuales especialmente en el medio artístico-cultural, aunque también en la política y en el mundo de los negocios, ha estado en los titulares desde hace ya algún tiempo. El movimiento #MeToo contribuyó de manera importante a revelar estos abusos, de eso no hay duda y por cierto es bueno que así haya sido. Pero atención, ello no debe significar pasar por alto que también hay otras dimensiones a considerar. En Montreal se dio el caso de Charles Dutoit, controvertido director de la Orquesta Sinfónica de Montreal (OSM) quien, por un lado, hizo una notable contribución al desarrollo de ese conjunto musical. Dutoit, sin embargo, también fue acusado de abusos sexuales y ahora cuando en la radio se escucha algún tema musical grabado por la OSM cuando él conducía, su nombre se omite.

Woody Allen, celebrado director cuyo aporte al arte cinematográfico no puede ser negado también fue blanco de acusaciones que sin embargo fueron descartadas por los tribunales y por la agencia de protección de menores. Entonces esas instancias legales determinaron que su ex esposa, Mia Farrow, había influido a los niños para que hicieran esas acusaciones.  A pesar de eso, los filmes de Allen y él mismo han sido objeto de actos de rechazo y más de alguna vez sus exhibiciones canceladas.

El tenor español Plácido Domingo, por su parte, ha sido acusado de acoso sexual por parte de algunas de las cantantes con las que ha actuado a través de su larga carrera. En 2019 cuando esas acusaciones salieron a la luz pública él se vio obligado a renunciar a su cargo como director artístico de la Ópera de Los Ángeles. Al año siguiente emitió unas disculpas públicas por haber hecho que algunas de sus colegas se hubieran sentido incómodas, sin embargo, reiteró que no había hecho nada que causara daño. El tenor ya no es bienvenido ni figura más en Estados Unidos, pero en España es aun considerado uno de sus artistas icónicos. 

El problema es que mientras el abuso sexual debidamente comprobado o reconocido ante instancias judiciales debe indudablemente afectar la reputación personal del artista que incurre en tal conducta, por otro lado, ello no debería afectar el acceso y el estudio de su obra, ni tampoco borrar su aporte a la disciplina artística en que se hubiera destac
ado.

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