Comentarios de Jorge Gutman
I LOVE YOU PHILLIP MORRIS. Estados Unidos, 2009. Un film escrito y dirigido por Glenn Ficarra y John Requa
Aunque en los créditos iniciales se señala que la historia de Steven Jay Russell, uno de los dos protagonistas centrales del film que se comenta, es verdadera, cabe afirmar que ciertamente lo es. Russell nacido en los Estados Unidos en 1957 es un personaje de la vida real cuyo comportamiento supera a cualquier ficción. Considerado como un Houdini moderno, este audaz individuo que cuenta con un coeficiente de inteligencia muy superior al promedio normal es un maestro de la personificación y eso le permitió evadirse de la cárcel en numerosas ocasiones en que fue detenido por sus actividades delictivas.
Inspirándose en Russell, los directores Glenn Ficarra y John Requa han brindado una comedia tierna en torno al mismo. En la ficción y utilizando su verdadero nombre, se lo muestra a Steven (Jim Carrey) como un hombre corriente, casado, haciendo mecánicamente el amor con su mujer, y saludando diariamente a su hija con el besito de las buenas noches a la hora de dormir. A los pocos minutos del relato, Steven se revela como gay y es allí que el film adopta un rumbo totalmente diferente al de su presentación porque el hombre serio de antaño se convierte en un consumado delincuente. No es necesario describir sus correrías, salvo que como un experto estafador adopta varias identidades y entre las mismas asume su condición de abogado ocupandolun alto cargo en una importante corporación. En una de sus forzadas estadías en prisión llega a conocer a Philip Morris del título (Ewan McGregor), que llegará a ser la gran pasión amorosa de su vida donde no habrá barreras ni límite alguno que lo contenga para exteriorizar el sentimiento que por él siente.
Digamos que a pesar de ser inclasificable dado que el relato adopta continuados cambios de género - melodrama, comedia romántica, sátira- , el film se impone por la notable actuación –aunque a veces desmesurada- de Carrey, para satisfacción de sus leales seguidores; eso no impide el lucimiento de McGregor donde su personaje mantiene una perfecta química sentimental con su ardiente pareja. Más allá de la actuación no es de desestimar la calidez y ternura que destila esta historia, contribuyendo a resaltar sus méritos.
Inspirándose en Russell, los directores Glenn Ficarra y John Requa han brindado una comedia tierna en torno al mismo. En la ficción y utilizando su verdadero nombre, se lo muestra a Steven (Jim Carrey) como un hombre corriente, casado, haciendo mecánicamente el amor con su mujer, y saludando diariamente a su hija con el besito de las buenas noches a la hora de dormir. A los pocos minutos del relato, Steven se revela como gay y es allí que el film adopta un rumbo totalmente diferente al de su presentación porque el hombre serio de antaño se convierte en un consumado delincuente. No es necesario describir sus correrías, salvo que como un experto estafador adopta varias identidades y entre las mismas asume su condición de abogado ocupandolun alto cargo en una importante corporación. En una de sus forzadas estadías en prisión llega a conocer a Philip Morris del título (Ewan McGregor), que llegará a ser la gran pasión amorosa de su vida donde no habrá barreras ni límite alguno que lo contenga para exteriorizar el sentimiento que por él siente.
Digamos que a pesar de ser inclasificable dado que el relato adopta continuados cambios de género - melodrama, comedia romántica, sátira- , el film se impone por la notable actuación –aunque a veces desmesurada- de Carrey, para satisfacción de sus leales seguidores; eso no impide el lucimiento de McGregor donde su personaje mantiene una perfecta química sentimental con su ardiente pareja. Más allá de la actuación no es de desestimar la calidez y ternura que destila esta historia, contribuyendo a resaltar sus méritos.
THE LINCOLN LAWYER. Estados Unidos, 2011. Un film de Brad Furman
Después de su ópera prima The Take (2007), Brad Furman retorna con The Lincoln Lawyer, un drama judicial que sin ser excepcional supera a los del promedio de este género visto en los últimos tiempos. De este modo, el film reúne los elementos necesarios para satisfacer a un público deseoso de presenciar un relato de suspenso bien armado.
Matthew McConaughey, en uno de sus mejores papeles, anima a Michael Haller, un carismático abogado penalista que ha pasado gran parte de su carrera profesional defendiendo a una variada gama de delincuentes de menor envergadura. Su oficina móvil de trabajo es generalmente el asiento trasero de su Lincoln Continental manejado por un leal chofer quien se ocupa de transportarlo a las diferentes instituciones judiciales de la metropolitana ciudad de Los Ángeles.
El eficiente guión de John Romano basado en la novela de Michael Connelly, se centra en la atención de un caso que Haller ha tomado a su cargo que aparentemente no ofrece grandes dificultades y que él cree que habrá de resolverlo fácilmente. Se trata de la defensa de Louis Roulet (Ryan Phillippe) un rico play boy de Beverly Hills quien es acusado de severo maltrato a una prostituta en una tentativa de violación y muerte. Roulet insiste en que los cargos son infundados y que ha sido injustamente inculpado de una acción donde él no ha participado. Connelly no es un hombre que va admitir fácilmente la declaración de un cliente, pero en el caso de Roulet llega a tener la convicción de que el joven no miente y por lo tanto tratará de lograr lo imposible para probar que no es culpable contando con la ayuda de un leal investigador y colaborador (William H. Macy).
Sabiendo muy bien cómo desenvolverse en los laberintos y minucias que presenta el sistema judicial, Haller cree que el caso se resolverá prontamente y sin mayor dificultad. Obviamente, no lo es así, y la evolución de los hechos refleja el modo en que la justicia puede ser burlada. Por razones de discreción no es necesario abundar más en detalles, salvo señalar que la trama involucra inesperados giros que permiten mantener el interés y la tensión latente sin caer en situaciones disparatadas o hechos de dudosa explicación.
Ciertamente historias parecidas a la presente ya han sido expuestas en otras ocasiones donde una de ellas es la notable película de Billy Wilder Witness for the Prossecution (1957) basada en una novela de Agatha Christie; sin embargo, a pesar de que el director no ha reinventado la rueda, ha sabido ofrecer un film que aunque convencional está bien dirigido además de haber obtenido excelentes interpretaciones –aparte de las de Conaughey, Phillippe y Macy- de Marisa Tomei, Josh Lucas, John Leguizamo y Michael Peña, entre otros. En síntesis, éste es un buen film de entretenimiento que logra su propósito de satisfacer al público apelando a recursos legítimos y convincentes.
Matthew McConaughey, en uno de sus mejores papeles, anima a Michael Haller, un carismático abogado penalista que ha pasado gran parte de su carrera profesional defendiendo a una variada gama de delincuentes de menor envergadura. Su oficina móvil de trabajo es generalmente el asiento trasero de su Lincoln Continental manejado por un leal chofer quien se ocupa de transportarlo a las diferentes instituciones judiciales de la metropolitana ciudad de Los Ángeles.
El eficiente guión de John Romano basado en la novela de Michael Connelly, se centra en la atención de un caso que Haller ha tomado a su cargo que aparentemente no ofrece grandes dificultades y que él cree que habrá de resolverlo fácilmente. Se trata de la defensa de Louis Roulet (Ryan Phillippe) un rico play boy de Beverly Hills quien es acusado de severo maltrato a una prostituta en una tentativa de violación y muerte. Roulet insiste en que los cargos son infundados y que ha sido injustamente inculpado de una acción donde él no ha participado. Connelly no es un hombre que va admitir fácilmente la declaración de un cliente, pero en el caso de Roulet llega a tener la convicción de que el joven no miente y por lo tanto tratará de lograr lo imposible para probar que no es culpable contando con la ayuda de un leal investigador y colaborador (William H. Macy).
Sabiendo muy bien cómo desenvolverse en los laberintos y minucias que presenta el sistema judicial, Haller cree que el caso se resolverá prontamente y sin mayor dificultad. Obviamente, no lo es así, y la evolución de los hechos refleja el modo en que la justicia puede ser burlada. Por razones de discreción no es necesario abundar más en detalles, salvo señalar que la trama involucra inesperados giros que permiten mantener el interés y la tensión latente sin caer en situaciones disparatadas o hechos de dudosa explicación.
Ciertamente historias parecidas a la presente ya han sido expuestas en otras ocasiones donde una de ellas es la notable película de Billy Wilder Witness for the Prossecution (1957) basada en una novela de Agatha Christie; sin embargo, a pesar de que el director no ha reinventado la rueda, ha sabido ofrecer un film que aunque convencional está bien dirigido además de haber obtenido excelentes interpretaciones –aparte de las de Conaughey, Phillippe y Macy- de Marisa Tomei, Josh Lucas, John Leguizamo y Michael Peña, entre otros. En síntesis, éste es un buen film de entretenimiento que logra su propósito de satisfacer al público apelando a recursos legítimos y convincentes.
LIMITLESS. Estados Unidos, 2011. Un film de Neil Burger
Una fantasía basada en la novela “The Dark Fields” de Alan Glynn origina un film donde su intriga inicial queda desvanecida por la debilidad de sus tramos finales y lo que prometía ser un buen thriller quedó solamente como promesa incumplida. De todos modos la presencia de Bradley Cooper en el rol protagónico alcanza para infundir la energía necesaria para que Limitless pueda ser visto sin aburrimiento.
Cooper anima a Eddie Morra un aspirante a escritor que sufre un bloqueo de creatividad y le resulta difícil completar el libro que debe entregar en fecha perentoria a su editor. Con su vestimenta desaliñada y su cansado y demacrado rostro, aparece como un individuo desconcentrado y con un futuro nada claro; para peor, Lindy (Abbie Cornish), la chica con la que estaba saliendo ya no está más dispuesta a soportarlo en esa condición.
Todo cambia para él cuando por casualidad tropieza con Vernon (Johnny Witworth), su ex cuñado, quien al enterarse de sus problemas le ofrece para ayudarlo una pastilla de NZT, droga experimental que permite al cerebro humano trabajar a plena capacidad. El efecto inmediato de la píldora es asombroso y al poco tiempo Eddie acude a lo de Vernon para que le suministre una buena cantidad de las mismas. A partir de allí, este personaje se convierte en un hombre lleno de entusiasmo, pudiendo escribir su libro en un día, dotado de una remarcable habilidad deportiva, capaz de desenvolverse en diferentes idiomas, agraciado de un encanto que le ayuda a atraer a hermosas mujeres y, entre otras cualidades, puede predecir lo que vendrá. Precisamente, su habilidad de adelantarse a los vaivenes del mercado bursátil hace que solicite una importante suma de dinero a Gennady (Andrew Howard), un peligroso prestamista usurero ruso, para invertirlo en Wall Street; a los pocos días se transforma en un hombre multimillonario que llega a atraer la atención de Van Loon (Robert De Niro) un poderoso magnate del mundo corporativo que requiere de sus servicios para asesorarlo en los mercados financieros. Lo que Eddie no ha previsto es que la droga tiene efectos secundarios negativos y que además hay otros gangsters y enemigos desconocidos que también han comenzado a experimentarla y terminarán amenazando su vida y la de Lindy, que finalmente retorna a su lado.
El problema del film radica en el guión de Leslie Dixon que deja demasiados hilos sueltos que no cohesionan y que lo debilitan; así, no hay pista alguna que determine qué es lo que le pasará cuando se le agoten las pastillas que posee sobre todo cuando Vernon ya no está más en escena por haber sido asesinado; tampoco queda claro de qué forma sus efectos secundarios pueden ser obviados teniendo en cuenta la suerte negativa corrida por otros consumidores, etc. Pero lo más flojo es que al final el relato aparezca truncado dando la sensación de haber asistido a un thriller fantástico que defraudó las expectativas del espectador.
A su favor hay ciertos elementos que gravitan en forma positiva. En primer lugar es la dinámica actuación de Cooper la que logra ampliamente convencer en las distintas facetas que su personaje va adquiriendo por efectos de la droga; a medida que avanza el metraje, este actor con su particular carisma, genuina simpatía y su persuasiva voz en off –al ir relatando su historia- llega a compensar parcialmente los inconvenientes del relato. El otro aspecto positivo es que la fotografía de Jo Willems influye para que el film adopte un ritmo ágil, al exhibir excelentes imágenes visuales donde se contempla el modo que la droga actúa en el cerebro de Eddie determinando sus acciones y movimientos. Dicho lo que antecede, queda como resultado un moderado pasatiempo.
THE YEAR DOLLY PARTON WAS MY MOM. Canadá, 2011. Un film de Tara Johns
Animada de buenas intenciones, Tara Johns debuta como realizadora en un film simpático pero no del todo logrado. Como suele acontecer en numerosos casos con nuevos realizadores, la joven realizadora enfoca varios temas importantes pero sin que ninguno de los mismos esté bien resuelto.
El nudo central de esta historia que transcurre en Winnipeg a mediados de los años 70 es la búsqueda de la identidad de Elizabeth (Julia Stone) una niña de casi 12 años, encontrándose en los umbrales de la adolescencia. Si al principio su máximo deseo es ser bautizada con la menstruación a fin de convertirse en mujer, hecho que comparte con sus compañeritas de escuela, rápidamente esa preocupación queda relegada a segundo plano cuando descubre que ha sido adoptada por Marion (Macha Grenon) y Phil Gray (Gill Bellows), sus padres que la adoran. Su necesidad imperiosa es saber quién es y ubicar a su madre biológica.
Frente al planteo inicial descripto, todo hace presumir que lo que vendrá estará a la altura de lo que precede: sin embargo, el relato se convierte de comedia realista en cuento fantástico cuando por razones completamente rebuscadas y de poca credibilidad, la niña llega a estar convencida de que Dolly Parton -la popular cancionista de música country de la época- es su verdadera madre. Es así que Elizabeth decide huir de su hogar e inicia un viaje a bicicleta con el intento de llegar a Minéapolis, en los Estados Unidos para abordar a la cantante en oportunidad de un concierto que habrá de ofrecer en esa ciudad. Cuando Marion descubre que Elizabeth escapó, decide salir a su encuentro y conducirla al teatro en que tendrá lugar el espectáculo.
Inspirada de buenos sentimientos, la anécdota planteada es demasiado blanda como para trascender a pesar de las buenas interpretaciones de Stone y de Grenon. Todo termina en una resolución complaciente donde la realizadora no logra cohesionar los diferentes aspectos abordados. Así, la cuestión de la identidad merecía un tratamiento dramático más sólido, la relación maternal-filial que se establece en su tramo final es demasiado simplista; finalmente, si el propósito fue abordar la situación feminista en un momento clave donde la emancipación de la mujer sufrió un importante vuelco, tampoco queda claro de qué modo Marion estaba sojuzgada en su hogar dado que el relato no contempla conflicto alguno entre ella y su marido.
A falta de verdadera sustancia, los valores del film descansan en los buenos escenarios captados por la fotógrafa Claudine Sauvé a lo largo del “road movie”, el sincero tributo que Johns efectúa a Dolly Parton con sus canciones que seguramente agradará a los nostálgicos de una época ya ida, y las buenas interpretaciones de Stone y Grenon.
En esencia, el público asiste a un film modesto que se deja ver a pesar de que desaparezca de la memoria del espectador a los pocos minutos de haber completado su visión; en todo caso, habrá que aguardar los futuros trabajos de Johns para tener una idea más precisa como directora y guionista.
WHEN WE LEAVE. Alemania, 2010. Un film escrito y dirigido por Feo Aladag
Lo que expone este film no es una fantasía sino una realidad que responde a un comportamiento cultural difícil de admitir bajo una óptica humana y racional. El mérito de When We Leave es que a pesar de que su relato se asemeje más a un film de horror que a un drama conyugal, el director ha evitado crear emociones forzadas que pudieran derivar en un lacrimógeno melodrama; por el contrario la directora Feo Aladag se ha preocupado de relatar con sobriedad una historia dramática sin juzgar la conducta de sus personajes para permitir que el público reflexione y extraiga su propia opinión. El relato comienza en Estambul donde Umay (Sibel Kekilli), una joven madre y desafortunada esposa sufre la violencia infligida por los castigos físicos de su despótico marido. Su infeliz existencia la impulsa a regresar al hogar paternal de Berlín donde cree que junto con su hijo de 5 años Cem (Nizam Schiller) podrá encontrar nuevos estímulos para iniciar una nueva existencia por su propia cuenta, alejada de su violento cónyuge.
Sin embargo esta mujer se enfrenta a una realidad completamente diferente. Costumbres ancestrales hacen que su familia musulmana no pueda dejar de lado sus arraigadas tradiciones y no tolere la decisión que adoptó. Así, tanto su padre (Settar Tanriogen) que gobierna a los suyos con autoritarismo y dureza como su hermano mayor (Tamer Yigit) que es un perfecto calco de su marido, no admiten que ella haya podido abandonar a su marido y para restaurar la reputación familiar en el medio en que se desenvuelven (inmigrantes turcos de similar cultura) instan a Umay para que devuelva el niño a su padre. Frente a esta situación, ella no encuentra otra alternativa que escapar nuevamente y buscar otro lugar donde habitar junto a su hijo en la capital alemana.
Lo que sigue es un drama visceral donde Umay debe defenderse y proteger a su hijo de las amenazas de su marido y de su propia familia por haber traicionado sagrados principios de la cultura musulmana. La evolución de los acontecimientos conduce a un punto de no retorno.
No hay nada que pueda resultar ficticio o inauténtico en lo que aquí se ilustra dado que las crónicas periodísticas han registrado en múltiples oportunidades tragedias vinculadas con mujeres que infringen el “código de honor” al dejar a sus maridos e intentar el comienzo de una nueva vida con otra persona
. Este primer film de la actriz austríaca Feo Aladag en carácter de realizadora constituye un buen documento que trata de reivindicar los derechos fundamentales femeninos en la sociedad del siglo actual dentro del marco de un fanatismo que prevalece en ciertos sectores de la comunidad musulmana. El elenco es irreprochable, aunque Kekilli llegue a destacarse por el rol protagónico que le tocó asumir y por la excelente caracterización que logró de su personaje.
Cooper anima a Eddie Morra un aspirante a escritor que sufre un bloqueo de creatividad y le resulta difícil completar el libro que debe entregar en fecha perentoria a su editor. Con su vestimenta desaliñada y su cansado y demacrado rostro, aparece como un individuo desconcentrado y con un futuro nada claro; para peor, Lindy (Abbie Cornish), la chica con la que estaba saliendo ya no está más dispuesta a soportarlo en esa condición.
Todo cambia para él cuando por casualidad tropieza con Vernon (Johnny Witworth), su ex cuñado, quien al enterarse de sus problemas le ofrece para ayudarlo una pastilla de NZT, droga experimental que permite al cerebro humano trabajar a plena capacidad. El efecto inmediato de la píldora es asombroso y al poco tiempo Eddie acude a lo de Vernon para que le suministre una buena cantidad de las mismas. A partir de allí, este personaje se convierte en un hombre lleno de entusiasmo, pudiendo escribir su libro en un día, dotado de una remarcable habilidad deportiva, capaz de desenvolverse en diferentes idiomas, agraciado de un encanto que le ayuda a atraer a hermosas mujeres y, entre otras cualidades, puede predecir lo que vendrá. Precisamente, su habilidad de adelantarse a los vaivenes del mercado bursátil hace que solicite una importante suma de dinero a Gennady (Andrew Howard), un peligroso prestamista usurero ruso, para invertirlo en Wall Street; a los pocos días se transforma en un hombre multimillonario que llega a atraer la atención de Van Loon (Robert De Niro) un poderoso magnate del mundo corporativo que requiere de sus servicios para asesorarlo en los mercados financieros. Lo que Eddie no ha previsto es que la droga tiene efectos secundarios negativos y que además hay otros gangsters y enemigos desconocidos que también han comenzado a experimentarla y terminarán amenazando su vida y la de Lindy, que finalmente retorna a su lado.
El problema del film radica en el guión de Leslie Dixon que deja demasiados hilos sueltos que no cohesionan y que lo debilitan; así, no hay pista alguna que determine qué es lo que le pasará cuando se le agoten las pastillas que posee sobre todo cuando Vernon ya no está más en escena por haber sido asesinado; tampoco queda claro de qué forma sus efectos secundarios pueden ser obviados teniendo en cuenta la suerte negativa corrida por otros consumidores, etc. Pero lo más flojo es que al final el relato aparezca truncado dando la sensación de haber asistido a un thriller fantástico que defraudó las expectativas del espectador.
A su favor hay ciertos elementos que gravitan en forma positiva. En primer lugar es la dinámica actuación de Cooper la que logra ampliamente convencer en las distintas facetas que su personaje va adquiriendo por efectos de la droga; a medida que avanza el metraje, este actor con su particular carisma, genuina simpatía y su persuasiva voz en off –al ir relatando su historia- llega a compensar parcialmente los inconvenientes del relato. El otro aspecto positivo es que la fotografía de Jo Willems influye para que el film adopte un ritmo ágil, al exhibir excelentes imágenes visuales donde se contempla el modo que la droga actúa en el cerebro de Eddie determinando sus acciones y movimientos. Dicho lo que antecede, queda como resultado un moderado pasatiempo.
THE YEAR DOLLY PARTON WAS MY MOM. Canadá, 2011. Un film de Tara Johns
Animada de buenas intenciones, Tara Johns debuta como realizadora en un film simpático pero no del todo logrado. Como suele acontecer en numerosos casos con nuevos realizadores, la joven realizadora enfoca varios temas importantes pero sin que ninguno de los mismos esté bien resuelto.
El nudo central de esta historia que transcurre en Winnipeg a mediados de los años 70 es la búsqueda de la identidad de Elizabeth (Julia Stone) una niña de casi 12 años, encontrándose en los umbrales de la adolescencia. Si al principio su máximo deseo es ser bautizada con la menstruación a fin de convertirse en mujer, hecho que comparte con sus compañeritas de escuela, rápidamente esa preocupación queda relegada a segundo plano cuando descubre que ha sido adoptada por Marion (Macha Grenon) y Phil Gray (Gill Bellows), sus padres que la adoran. Su necesidad imperiosa es saber quién es y ubicar a su madre biológica.
Frente al planteo inicial descripto, todo hace presumir que lo que vendrá estará a la altura de lo que precede: sin embargo, el relato se convierte de comedia realista en cuento fantástico cuando por razones completamente rebuscadas y de poca credibilidad, la niña llega a estar convencida de que Dolly Parton -la popular cancionista de música country de la época- es su verdadera madre. Es así que Elizabeth decide huir de su hogar e inicia un viaje a bicicleta con el intento de llegar a Minéapolis, en los Estados Unidos para abordar a la cantante en oportunidad de un concierto que habrá de ofrecer en esa ciudad. Cuando Marion descubre que Elizabeth escapó, decide salir a su encuentro y conducirla al teatro en que tendrá lugar el espectáculo.
Inspirada de buenos sentimientos, la anécdota planteada es demasiado blanda como para trascender a pesar de las buenas interpretaciones de Stone y de Grenon. Todo termina en una resolución complaciente donde la realizadora no logra cohesionar los diferentes aspectos abordados. Así, la cuestión de la identidad merecía un tratamiento dramático más sólido, la relación maternal-filial que se establece en su tramo final es demasiado simplista; finalmente, si el propósito fue abordar la situación feminista en un momento clave donde la emancipación de la mujer sufrió un importante vuelco, tampoco queda claro de qué modo Marion estaba sojuzgada en su hogar dado que el relato no contempla conflicto alguno entre ella y su marido.
A falta de verdadera sustancia, los valores del film descansan en los buenos escenarios captados por la fotógrafa Claudine Sauvé a lo largo del “road movie”, el sincero tributo que Johns efectúa a Dolly Parton con sus canciones que seguramente agradará a los nostálgicos de una época ya ida, y las buenas interpretaciones de Stone y Grenon.
En esencia, el público asiste a un film modesto que se deja ver a pesar de que desaparezca de la memoria del espectador a los pocos minutos de haber completado su visión; en todo caso, habrá que aguardar los futuros trabajos de Johns para tener una idea más precisa como directora y guionista.
WHEN WE LEAVE. Alemania, 2010. Un film escrito y dirigido por Feo Aladag
Lo que expone este film no es una fantasía sino una realidad que responde a un comportamiento cultural difícil de admitir bajo una óptica humana y racional. El mérito de When We Leave es que a pesar de que su relato se asemeje más a un film de horror que a un drama conyugal, el director ha evitado crear emociones forzadas que pudieran derivar en un lacrimógeno melodrama; por el contrario la directora Feo Aladag se ha preocupado de relatar con sobriedad una historia dramática sin juzgar la conducta de sus personajes para permitir que el público reflexione y extraiga su propia opinión. El relato comienza en Estambul donde Umay (Sibel Kekilli), una joven madre y desafortunada esposa sufre la violencia infligida por los castigos físicos de su despótico marido. Su infeliz existencia la impulsa a regresar al hogar paternal de Berlín donde cree que junto con su hijo de 5 años Cem (Nizam Schiller) podrá encontrar nuevos estímulos para iniciar una nueva existencia por su propia cuenta, alejada de su violento cónyuge.
Sin embargo esta mujer se enfrenta a una realidad completamente diferente. Costumbres ancestrales hacen que su familia musulmana no pueda dejar de lado sus arraigadas tradiciones y no tolere la decisión que adoptó. Así, tanto su padre (Settar Tanriogen) que gobierna a los suyos con autoritarismo y dureza como su hermano mayor (Tamer Yigit) que es un perfecto calco de su marido, no admiten que ella haya podido abandonar a su marido y para restaurar la reputación familiar en el medio en que se desenvuelven (inmigrantes turcos de similar cultura) instan a Umay para que devuelva el niño a su padre. Frente a esta situación, ella no encuentra otra alternativa que escapar nuevamente y buscar otro lugar donde habitar junto a su hijo en la capital alemana.
Lo que sigue es un drama visceral donde Umay debe defenderse y proteger a su hijo de las amenazas de su marido y de su propia familia por haber traicionado sagrados principios de la cultura musulmana. La evolución de los acontecimientos conduce a un punto de no retorno.
No hay nada que pueda resultar ficticio o inauténtico en lo que aquí se ilustra dado que las crónicas periodísticas han registrado en múltiples oportunidades tragedias vinculadas con mujeres que infringen el “código de honor” al dejar a sus maridos e intentar el comienzo de una nueva vida con otra persona
. Este primer film de la actriz austríaca Feo Aladag en carácter de realizadora constituye un buen documento que trata de reivindicar los derechos fundamentales femeninos en la sociedad del siglo actual dentro del marco de un fanatismo que prevalece en ciertos sectores de la comunidad musulmana. El elenco es irreprochable, aunque Kekilli llegue a destacarse por el rol protagónico que le tocó asumir y por la excelente caracterización que logró de su personaje.
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