Posiblemente, el dramaturgo francés Pierre de Marivaux ha sido el comediógrafo de mayor importancia después de Molière y si en la época del siglo XVIII en que vivió no gozó de la merecida fama de la que gozaría a partir del siglo XX, se debió a que la extraordinaria dimensión y popularidad de su compatriota ensombreció su valiosa contribución al teatro francés. Dentro de su repertorio, caracterizado por comedias románticas plenas de enredos y equivocaciones, El Juego del Amor y del Azar es la más lograda y representada. Es ahora que la compañía del Teatro Centaur la ha repuesto en inglés y me place señalar que a la calidad de la pieza se le añade en la presente ocasión la muy buena versión lograda por el director Matthew Jocelyn en la moderna adaptación y traducción realizada por Nicolas Billon.
Si en su momento la pieza fue escrita para ser representada dentro de la modalidad adoptada por la comedia del arte, ese estilo aplicado a la época actual mantiene su vigencia. La ingeniosidad del autor haciendo empleo de diálogos precisos, fluidos y decididamente graciosos, repercute favorablemente en el ánimo de la platea asegurando una amplia diversión en una hora y media de buen espectáculo.
La pieza se centra en Silvia (Trish Lindström) cuyo padre aristócrata, Monsieur Orgon (William Webster), la quiere casar con Dorante (Harry Judge), un hombre de la nobleza. La joven que es escéptica del amor y más aún del matrimonio, le propone a su progenitor que para conocer mejor las virtudes y defectos de su pretendiente y poder observar su comportamiento, su empleada doméstica Lizette (Gemma James-Smith) ocupe su lugar; lo que Silvia ignora es que Dorante recurre al mismo truco haciendo que su valet Arlequino (Gil Garratt) asuma su identidad. De este modo, criados y amos intercambian sus roles en un azaroso, e hilarante juego pleno de situaciones equívocas donde el público resulta el principal beneficiado.
Para que esta amena comedia adquiera la agilidad y chispa necesaria es necesario contar con una ágil dirección y un buen manejo en la conducción de actores. Eso lo ha logrado Matthew Jocelyn cuya puesta escénica alcanza un óptimo nivel; si bien todos y cada uno de los intérpretes irradian un entusiasmo contagioso, el trabajo que realiza Garratt como el cómico y bufonesco Arlequino es nada menos que maravilloso. Los decorados de Anick La Bissonière con la incorporación de grandes espejos y paredes que se desplazan de acuerdo con los requerimientos y el tono de la pieza.
En síntesis, un clásico del teatro francés demostrando que la comedia del arte y el talento de Marivaux tienen amplia aceptación en el actual siglo.
Las representaciones en el escenario del Centaur prosiguen hasta el 1 de abril (www. centaurtheatre.com). Jorge Gutman
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