Crónica de Sergio Martínez
Probablemente la mayoría de los seguidores de los súper héroes o de otros personajes que ellos ven en sus taquilleras películas oen las series televisivas, desconocen que desde Superman, pasando por Batman, Dr. Strange o Thor, hasta los personajes más recientes, todos ellos fueron originalmente personajes de historietas. Inicialmente, el medio en que se dieron a conocer fueron los comics, como se los conoce en inglés. Esto, porque aun cuando sus aventuras fueran más bien serias, dramáticas e incluso terroríficas, el nombre genérico—comics—pegó porque sus primeros personajes, aparecidos en diarios, tenían como misión hacer reír, proveer diversión en medio del—a menudo—triste y deprimente mundo de sucesos cotidianos que los diarios reporteaban.
Eventualmente
esas historietas tuvieron tal éxito que dieron origen a sus propias
publicaciones; nacieron así las revistas de historietas y con ellas algunos de
los gigantescos imperios multimedios como son hoy Marvel o DC, en Estados
Unidos. Aunque de menor envergadura, fenómenos editoriales de similares
características se han dado en otros países como Francia (con personajes como
Tintin), España (su más famosa historieta Mortadelo y Filemón) e incluso en
América Latina, donde probablemente sus dos personajes de historieta más
conocidos son Mafalda (Argentina) y Condorito (Chile).
No es de
extrañar por tanto que a tanta gente les interese y hasta les guste
identificarse con esos personajes—hoy famosos en el cine o en la
televisión—pero que originalmente llegaban a manos de niños y adolescentes en
la forma de revista de historietas. El interés por este medio eventualmente se
ha visto ampliado a una serie de otros derivados: estrellas del cine y
televisión, videojuegos, y una creciente gama de mercaderías, desde T-shirts a figurines. Precisamente es
esta explosión de productos derivados de la que alguna vez fue un humilde
producto de la cultura popular, menospreciada como sub-literatura y hasta
asediada por una comisión investigadora del Congreso de Estados Unidos, la que
en Montreal y muchas otras ciudades donde el evento se celebra, congrega a
miles de personas: la Comic Convention
o ComicCon.
La
ComicCon de Montreal, efectuada entre el 8 y el 10 de julio en el Palais des
congrés fue la primera después de los dos años de interrupción debidos a la
pandemia. Sin duda uno de sus elementos sobresalientes es la gran cantidad de
asistentes que participan del evento, disfrazados, personificando a sus
personajes favoritos. Esto de disfrazarse tiene sus orígenes en la antigüedad y
se sospecha que prácticamente casi todas las civilizaciones incurrieron en
algún momento en la práctica colectiva de “ser lo otro”. Esto significaba
vestirse como algún animal o algunos seres míticos, como una forma de adquirir
sus poderes o al menos, aspirar a ser como ellos. A lo mejor hay algo de ello
en el deseo de aquellos vestidos como Superman o Batman.
Sin duda a
Pablo Neruda, que gustaba de organizar fiestas donde sus invitados debían
disfrazarse y dónde él mismo era el primero en llevar un disfraz, le hubiera
gustado eventos como estos, aunque no creemos que le hubiera interesado mucho
vestirse como súper héroe, eso sí, de seguro se hubiera sentido muy atraído por
las bellas chicas vestidas como Wonder Woman.
Por mi
parte, con nostalgia recorro los kioscos donde hay antiguas revistas de
historietas de los años de mi infancia y juventud (a precios que hoy me hacen
recordar con maldiciones los momentos en que mis viejas revistas fueron
descartadas sin pena ni gloria), Y por allí encuentro algunos tesoros: un
antiguo Capitán Marvel (el original, hoy llamado Shazam), algún Súper Ratón (no
el de traje amarillo, que en inglés se llama Mighty Mouse, sino uno menos difundido, que en español era conocido
como el Ratón Superatómico) y algunos otros de personajes creados por Walter
Lantz o Walt Disney.
Como en
años anteriores, ComicCon demostró que es sin duda una gran celebración no sólo
de la historieta—aunque ese es su punto de partida—sino de todo lo que llamamos
cultura popular.
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