30.8.13

FESTIVAL DE FILMES DEL MUNDO

LA LANGUE À TERRE: LOS ANGLOS Y LOS INMIGRANTES SON LOS VILLANOS

Comentario de Sergio Martínez 

Despertar polémica es uno de los efectos secundarios del Festival de Filmes del Mundo, junto por cierto al objetivo central de presentar una muestra de cine mundial de buena calidad. En el ánimo de levantar polémica sin duda el film La langue à terre de los realizadores Jean-Pierre Roy y Michel Breton (Canadá, 2013) ha cumplido las expectativas que éstos pudieron haber tenido.

Básicamente, su película se funda en una premisa central: después de casi cuarenta años de haberse dictado la Ley 101 que hizo del francés la lengua oficial de la provincia de Quebec, este idioma hablado por la mayoría de su población se hallaría aun en peligro. Peor aun, diversos factores, desde la acción de los órganos políticos del estado canadiense, pasando por cierta inacción de las propias autoridades provinciales en Quebec, sumado al activismo de algunos en la minoría anglófona y sobre todo la supuesta tendencia de los inmigrantes a sentirse atraídos por el idioma inglés, estarían erosionando el carácter francés de la provincia, especialmente en Montreal. El documental está narrado de un modo convencional, intercalando una gran cantidad de entrevistas con material de archivo y con algún material nuevo principalmente centrado en algunos manifestaciones tanto de grupos pro-separación como anglófonos. El observador medianamente informado sin embargo podrá constatar que la premisa sobre la cual los autores han basado su documental es no sólo cuestionable, sino en realidad contradice los informes de los propios organismos de Quebec que indican que en los últimos años la utilización del francés en todas las esferas de la vida social de la provincia, esto es, lugar de trabajo y espacios públicos de intercambio, ha aumentado.

La premisa sobre la cual los directores levantaron su andamio para denunciar el supuesto peligro en el cual se hallaría la lengua francesa es falsa, refutada por las propias estadísticas oficiales. Para Roy y Breton (y muchos de sus entrevistados) por cierto hay un villano mayor, los anglófonos, pero a ellos agregan otro más: los inmigrantes. En estricto sentido el término “inmigrante” en muchos casos puede ser errado ya que alude a gente que si bien llegó a este país desde otros lugares del globo, ya ha adquirido la ciudadanía canadiense y por tanto sus miembros son ciudadanos, en teoría, con tantos derechos y deberes como los señores Roy y Breton. La langue à terre presenta a los inmigrantes (alófonos, esto es gente cuya lengua materna no es ni el francés ni el inglés, como nosotros los hispanoparlantes) de una manera caricaturesca: lo hace con los italianos que en los años 70 en el barrio de Saint Leonard protagonizaron actos de protestas contra la Ley 101 en relación a cómo ella podía afectar a la educación de sus hijos, así como en otras escenas donde los inmigrantes o étnicos son mostrados: una chica de rasgos orientales por ejemplo en una misma escena donde afiches anunciando productos en inglés son vistos (obviamente al presentar esas escenas juntas se intenta asociar en la mente del espectador una asociación entre inmigrante y lengua inglesa), lo hace también cuando mientras se habla de los supuestos riesgos a la cultura y lengua francesa en Quebec, en la imagen se muestran escenas de mujeres que lucen el velo musulmán. Pasando por alto que—errados o no—los italianos que manifestaron en Saint Leonard tenían todo el derecho a hacerlo, como los que lo hacen en defensa de la lengua francesa, el film se deleita en entregar una visión sesgada y a ratos incluso malintencionada no sólo de los alófonos o inmigrantes, sino incluso de aquellos que siendo separatistas intentaron tender puentes hacia las minorías, como Lucien Bouchard.

 En todo caso es curioso que los realizadores se hayan cuidado en sus diatribas contra los inmigrantes y las minorías étnicas de no apuntar a la comunidad judía, a pesar que quebequenses de ese origen han sido habituales críticos de muchas de las medidas lingüísticas implementadas contra las minorías en la provincia. Ciertamente deben haber temido ser tildados de anti-semitas, aunque entre los entrevistados incluyen a Yves Michaud que hace unos años sí atacó a ese grupo étnico, pero eso sí no tienen problema en lanzarse contra otras minorías como orientales, italianos y musulmanes.

El problema que también trasunta el film, es el incremento en el tipo de demanda que se hace sobre los inmigrantes. En los hechos la inmensa mayoría de los inmigrantes y étnicos en Quebec, hoy habla francés, pero siempre hay quienes quieren levantar la barra aun más: no basta con hablar francés en el trabajo, también hay que hacerlo en los intercambios casuales en la calle y—algunos hasta quieren llegar al extremo—en el hogar. Pero esto es una noción absurda que no toma en cuenta una verdad muy obvia: un alófono, digamos un hispanoparlante, va a hablar francés, sin duda, porque eso le permite trabajar aquí, sobre ello no hay discusión, pero pedirle a ese inmigrante que piense como quebequense francés es pedir algo imposible, más aun es hacer una exigencia que trasgrede derechos humanos fundamentales. Como comunicador trabajando aquí y transmitiendo sus mensajes a gente principalmente hispanoparlante quien escribe estas líneas siempre ha dicho a las familias latinas: por cierto aprendan francés, pero en la casa hablen español con sus hijos, hagan todo lo posible porque los hijos mantengan una funcionalidad en español, y por cierto también estimulen—si es que es necesario porque los jóvenes igual se motivan por la música popular y el Internet—a que sus hijos aprendan inglés porque ello les va a beneficiar posteriormente en conseguir un mejor trabajo. ¿Hay alguien que racionalmente pueda objetar a tal línea de acción? Es aquí donde los realizadores de La langue à terre demuestran total ignorancia de las motivaciones de los inmigrantes al venir aquí. Aquí uno aprende francés porque ciertamente es necesario, pero los inmigrantes y sus familias tienen en mente objetivos que no son los mismos que los de aquellos franco-quebequenses de ideología nacionalista. Los inmigrantes, muy legítimamente, quieren progresar ellos mismos y sus hijos, y para ello, gústele a no a algunos quebequenses que parecen no haber salido nunca de esta provincia, el aprendizaje del inglés es importante, como es—en el caso de los hijos de los hispanoparlantes—el retener el uso y conocimiento del idioma español (en los hechos el español es después del inglés y el chino mandarín, el tercer idioma más hablado en el mundo, con mayor presencia en el Internet y las redes sociales; lo que—en términos objetivos—le da incluso una mayor importancia internacional como lengua de uso en el comercio que el francés, que es quinto después del portugués en términos de presencia internacional, saber español puede por tanto ser un punto a favor para un muchacho o muchacha buscando trabajo en alguna empresa). Y en relación a esto no deja de haber cierta hipocresía también: nosotros sabemos que la mayoría de esas mismas elites québécoises que durante la exhibición de La langue à terre aplaudían sus afirmaciones, por otro lado han tomado buen cuidado de aprender inglés y preocuparse de que sus hijos también lo hagan. Pero claro está, preferirían que los hijos de los inmigrantes no lo hicieran, ¿revelan con ello que lo que quieren es mano de obra barata?

 De cualquier modo, ver La langue à terre es de alguna manera una buena cosa y habla bien del Festival de Filmes del Mundo al dar la posibilidad de discutir un tema (como también lo hacen otros filmes en relación a otros problemas en el mundo) y de rebatir también las afirmaciones más grotescas que se hacen en el film, como la que hace uno de los entrevistados que es presentado como escritor, aunque no mayormente conocido, y que en un momento incluso critica que haya servicios en inglés como en la educación y la salud, afirmando que todo debería ser sólo en francés. Bueno, al oír eso hay que respirar hondo, me parece estar escuchando al general Pinochet en el país de origen de quien escribe estas líneas, porque eso ciertamente no es otra cosa que fascismo, como fanatismo pueril es lo que plantea un tal Biz de un grupo de rock que dice que jamás habla inglés en Montreal. Give me a break! Esa es una soberana tontería que afortunadamente no es compartida por la inmensa mayoría de québécois y québécoises de muy buena onda con quien este cronista tiene la oportunidad de compartir cada día en el supermercado, el restaurante o la boletería del metro y que en más de treinta años aquí rara vez ha tenido problema en ser atendido cortésmente en la lengua inglesa, no porque quiera provocar a nadie sino porque como muchos inmigrantes esa fue la lengua que manejó primero y con la cual se maneja más confortablemente (y que por supuesto, cuando encuentra que la persona que atiende al otro lado, posiblemente alguien del interior de la provincia, no se siente cómodo en inglés; operando con el mismo principio de cortesía no tiene problema en cambiar a la lengua francesa, este cronista es trilingüe). Estos son los principios de tolerancia y buena voluntad a los que—afortunadamente—la mayoría de los québécois en Montreal adhiere, lejos de la paranoia cultural, la inseguridad lingüística y hasta cierto complejo de inferioridad, que los autores de este film quieren instalar en las mentes de los québécois, que creo que afortunadamente no conseguirán, lo que hará de La langue à terre una simple curiosidad fílmica sin mayor valor ni como cine ni como propuesta política.

 La langue à terre, se exhibe nuevamente en el Festival de Filmes del Mundo el sábado 31 de agosto a las 16:40 hrs. en el Quartier Latin 9