8.11.06

PARANOID PARK

Francia, 2007. Un film de Gus Van Sant

Como narrador minimalista y apartado de lo convencional, Gus Van Sant sigue siendo el realizador que apela a un cine elíptico, misterioso y poco revelador; su último trabajo, Paranoid Park, no es la excepción aunque sea uno de sus filmes más accesibles. Está basado en una novela de Blake Nelson cuyo relato tiene más sustancia –en el sentido tradicional del término- y menos hermetismo que otros títulos de su filmografía. Lo que en cambio sigue siendo una constante es su preocupación en explorar el mundo adolescente; así como ocurriera con “Drugstore Cowboy”, “My Own Private Idaho”, “Gerry”, “Elephant” –para citar algunos ejemplos-, este film capta la alienación y la angustia de un adolescente desorientado, cuya inocencia natural se ve quebrada por hechos que aparentemente no puede controlar.
El protagonista es Alex (Gabe Nevins), un adolescente de 16 años aficionado al skate, quien en forma accidental está involucrado en la muerte de un agente de seguridad de ferrocarril que tuvo lugar en la vecindad de “Paranoid Park”, uno de los parques transitados por drogadictos, prostitutas y otra gente de mala fama de la ciudad de Portland. Como es usual en su cine, Van Sant rehuye la narración lineal optando por una estructura fragmentada con saltos temporales, para ir incorporando los datos faltantes de la historia a medida que avanza el relato.
A primera vista, el film se centra en el misterio del crimen; sin embargo, su principal objeto es el estudio de la personalidad de Alex. El joven está afectado emocionalmente por diferentes razones; por un lado, el proceso de divorcio que están viviendo sus padres, quienes hacen todo lo posible para que ese hecho sea lo menos penoso para él y su hermano menor; por otra parte se une la presión de su novia (Taylor Momsen) para mantener relaciones sexuales, donde ninguno de los dos ha tenido aún experiencia en la materia; a ello se agrega el episodio del mortal accidente que no se anima a compartirlo con nadie; resultado de todo eso es el pánico, la inseguridad y la confusión que lo embarga.
Como es su costumbre, Van Sant no acostumbra a dar explicaciones sobre la conducta de sus personajes; sus movimientos, actitudes y reacciones son los que ofrecen ciertas pistas para que cada espectador infiera sobre la motivación y racionalidad de sus actos. También y de acuerdo a su forma de narrar, el realizador contrapone lo que objetivamente el público ve con lo que subjetivamente vive o siente su personaje central; aunque el esfuerzo resulta fructífero, no siempre se logra una perfecta conciliación entre esas dos visiones.
Esa adolescencia triste, apagada y sin grandes esperanzas, está muy bien captada en las imágenes filmadas en 35 milímetros por el excelente director de fotografía Christopher Doyle, quien en esta oportunidad contó con la colaboración de Rain Kathy Li filmando en súper 8 las escenas de patinaje. La interpretación a cargo de actores no profesionales, resulta en líneas generales adecuada.
Es muy posible que algunos espectadores objeten la lentitud del relato, su frialdad emocional y la ausencia de un desarrollo dramático más sólido. Habrá otros que queden impresionados por su riqueza visual y que lleguen a consustanciarse con el derrotero de un adolescente en proceso de madurez para asumir la responsabilidad de sus actos; así lo consideró el jurado oficial del último festival de Cannes que distinguió al film con el premio del sexagésimo aniversario.
J.G.
PP½

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