7.12.06

L’AGE DES TENEBRES

Canadá, 2007. Un film de Denys Arcand

La última película de Denys Arcand viene precedida por comentarios críticos adversos obtenidos en Francia cuando fue estrenada hace tres meses, con el agregado de haber fracasado también en boletería. Ahora es el turno del público canadiense para juzgarla por sí mismo; para comenzar es necesario aclarar que de ningún modo L’age des Tenebres puede ser considerado un film malo, aunque eso tampoco significa decir que esté logrado. Se trata de un esfuerzo meritorio por lo que propone, aunque el proyecto resulte fallido por incursionar exageradamente en el terreno fantástico como instrumento de lo que se está contando.
El guión, que también le pertenece a Arcand, presenta a Jean Marc Leblanc (Marc Labrèche), un individuo de mediana edad que está desilusionado de su carrera profesional como burócrata en la administración pública de Québec; no sólo debe tolerar a su desagradable jefa (Caroline Néron) sino que además está obligado a escuchar las tristes historias de la gente que viene a presentarle sus problemas, sin que esté en condiciones de poder ayudarla. En su vida personal, tiene una esposa (Sylvie Leonard) que es una ambiciosa agente inmobiliaria inmersa en su trabajo al punto de olvidar que está casada; también es padre de dos hijas adolescentes que no le prodigan mayor afecto. El panorama descripto no puede ser más descorazonador y para escapar de esa tétrica atmósfera, recurre a su febril imaginación donde se ve convertido en un individuo importante y completamente opuesto al que realmente es.
La inserción de la fantasía en la realidad cotidiana ha sido tratada por el cine en muchas instancias, sobre todo en algunas de las obras de Federico Fellini donde lograba un adecuado ensamble de la ficción con la realidad. Lamentablemente, eso no se evidencia aquí.
Más allá de que el espectador pueda o no estar de acuerdo con la visión pesimista de Arcand sobre la situación reinante en Quebec, donde una sociedad dura e impiadosa va desintegrando al individuo, lo cierto es que no es ahí donde el film resulta objetable sino en la forma en que este problema es transmitido.
Lo que desnivela al relato es la desequilibrada relación existente entre las secuencias ensoñadoras y los acontecimientos reales. Las escenas de Jean Marc como un autor ganador del prestigioso premio Goncourt, político reelecto, importante celebridad en el mundo del cine, un Don Juan admirado por las mujeres, no están desprovistas de originalidad y a veces de buen humor pero se hacen demasiado largas –en especial la de la época medieval- y terminan poniendo a prueba la paciencia del público; si a ello se agregan secuencias oníricas poco relevantes, el resultado distrae al espectador de la crítica social a la que Arcand está apuntando.
La actuación de Labrèche es impecable y adquiere patetismo como el antihéroe del relato; tanto cuando su personaje visita a la madre enferma (Françoise Graton) como cuando hacia el final reacciona señalando lo activo, ambicioso e idealista que fue en sus años jóvenes para llegar a ser el perdedor de hoy día, el film alcanza un vuelo de excelencia que uno habría deseado que estuviese presente en el resto del relato. Los otros actores del reparto no cuentan con personajes suficientemente desarrollados como para trascender y crear la emoción que requiere esta tragicomedia de un hombre exhausto y agobiado por el medio que le rodea.
Con todo, y aún cuando se trate de una obra menor en la filmografía de Arcand, resulta loable el voluntarismo de este importante cineasta canadiense en presentar documentos que cuestionen el mundo en que vivimos.
J.G.
PP½

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