20.12.06

THERE WILL BE BLOOD

Estados Unidos, 2009. Un film escrito y dirigido por Paul Thomas Anderson

Paul Thomas Anderson ofrece un film ambicioso, extraño y talentoso en There will be blood, un drama épico que transcurre en el sector petrolífero y que es una honda meditación sobre la ambición desmedida, la codicia, el poder y la misantropía humana. Lejanamente basado en la novela “Oil” de Upton Sinclair, el relato enfatiza más en la descripción de su personaje central que en el desarrollo de la historia propiamente dicha; en tal sentido, el pilar de este quinto film de Paul Thomas Anderson descansa en la actuación titánica de Daniel Day-Lewis animando al sociópata personaje central, Daniel Plainview.
En un impecable comienzo de 15 minutos sin diálogo alguno, que tiene lugar en California en 1898, se contempla a a Plainview explorando un pozo minero en procura de oro, aún cuando el resultado es petróleo; después de ese prólogo, la acción se traslada a 1911, cuando Plainview que es dueño de una pequeña empresa ya ha amasado cierta fortuna gracias al oro negro y cuenta como asociado y asistente a H.W (Dillon Freasier), su inseparable hijo adoptivo (Dillon Freasier) en quien puede confiar plenamente. Inesperadamente, la suerte quiere que Plainview obtenga un excelente dato brindado por un joven muchacho sobre un área rural de California con terrenos muy ricos en petróleo; sin dudarlo, y en compañía de su hijo, llega al lugar y termina adquiriendo vastas extensiones de tierras que en poco tiempo lo habrán de convertir en un hombre millonario y dueño de un importante imperio petrolífero.
Uno de los aspectos de mayor interés del film radica en la rivalidad existente entre el petrolero, que promete a la pobre comunidad del lugar un futuro económico promisorio, y Eli Sunday (Paul Dano), un joven fundamentalista evangelista de la iglesia local quien como oportunista predicador está decidido a ganar almas para su conversión a la fe cristiana. Los encuentros entre ambos hombres, que tratan de respetarse aunque en última instancia no se toleran, tendrán repercusión ulterior ilustrando cómo el poder del dinero y el fervor religioso se van acoplando en forma peculiar.
A través de una saga de 2 horas y 40 minutos de duración, el relato muestra el enriquecimiento de Plainview y su transformación en un individuo codicioso, despiadado y despreciable. En una conversación clave que mantiene con Henry (Kevin O’Connor), un individuo que surge inesperadamente y que dice ser su hermanastro, el millonario le confiesa el odio que siente hacia la mayoría de la gente y que lo único que desea es tener aún más dinero para aislarse de la humanidad. Esa carencia de manifestación humana queda manifestada, cuando Plainview abandona a su hijo –el único con quien mantenía comunicación- por haber quedado completamente sordo a causa de un desafortunado accidente.
El trabajo del talentoso Anderson es muy meritorio en la descripción de un individuo atípico e insidioso que resulta incapaz de lograr la mínima simpatía o empatía del espectador. Pero lo que el film necesitaría, para convertirse en una obra memorable, es un mayor contenido de tragedia épica capaz de conmover a la audiencia; tal como está, este drama es fascinante en lo expuesto, pero no envolvente. La otra observación reside en su truculento epílogo que acontece en 1927 cuando Plainview no es más que un ermitaño solitario carente de afecto humano; esos veinte minutos finales, que están impregnados de violencia innecesaria y regada con sangre tal como lo promete el título del film, pudieron haberse evitado o resuelto de otro modo, ya que no condice con la sobriedad demostrada en el resto del relato.
En todo caso, este drama arroja un resultado muy favorable. Como se mencionó al principio, la labor de Day-Lewis es nada menos que hipnótica; sus expresiones, movimientos, la articulación impresa en su forma de hablar, son algunos de los matices que caracterizan una actuación maravillosa e inolvidable y que probablemente le valga otro Oscar de Hollywood. A su favor también habrá que destacar la deslumbrante fotografía de Robert Elswit que alcanza un momento culminante en la explosión de un pozo petrolífero, y los diseños de producción de Jack Fisk logrando una remarcable reproducción histórica.
JG

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